Soy feliz ordenando armarios y en esta cuarentena no he dejado uno vivo. Lo que nunca me ha gustado es ir al súper; ahora lo detesto y la culpa la tienen los guantes de plástico fino tres tallas más grande que tienes que ponerte sobre los tuyos, la mascarilla que pica y pica, el metro y medio de seguridad y las prisas por pagar y salir corriendo no vaya a ser que se pegue el virus. Eso debió pensar la señora que el otro día en Madrid se metió el datáfono en una de las bolsas de la compra junto a los tomates y la pizza y salió pintando del Día. Cuando llegó a casa se dio cuenta y le rogó a su hijo que no hacer público el despiste. Pero Pablo se chivó en Twitter y el mensaje ya tiene 160.000 'me gusta'. Ay, las prisas, qué malas han sido siempre y ahora más, que tenemos todo el tiempo del mundo.

No sé vosotros, yo no hay día en que no extrañe la vida de antes que ya creo perdida. Siempre lo repito, pero lo de la 'nueva normalidad', además de contradictorio, me suena a cuento chino. Y a imposición de unos «Gobiernos empoderados por el miedo», como asegura Martín Caparrós en The New York Times: «Nunca Gobiernos democráticos tuvieron tanta cancha para ejercer su poder; hace dos meses que les permitimos cualquier cosa porque estamos asustados por la enfermedad, por la muerte presente y prematura. Lo hacen, por supuesto, por nuestro bien; no hay razón más eficaz para hacerte obedecer que convencerte de que es 'por tu bien'; y ahora estamos, con razón o sin ella, convencidos». Yo no estoy convencida y lo he dicho muchas veces por activa y por pasiva. ¿En qué cambia levantar el confinamiento ahora o dentro de quince días? Asegura Miquel Barceló que «el virus es más poderoso, más antiguo, más democrático y más paciente». Sin lugar a dudas, pero nosotros para combatirlo no podemos quedarnos en casa de por vida; necesitamos test, aplicaciones que rastreen los posibles contagios, distanciamiento social y mascarillas.

«Siempre te fascinaron las plagas, reales o literarias, así como las cosas y personas que retornan», le dice Rodrigo a su padre, Gabriel García Márquez, en una entrañable misiva para hablarle sobre esta pandemia en la que «la muerte no es lo único que nos aterroriza, sino las circunstancias. Una salida final sin despedidas». Qué triste morir en soledad, lo siento tanto por las personas a las que les ha tocado marcharse así... También por sus familias.

Ojo con lo que publicáis en Facebook; en breve comenzará a funcionar su nueva junta de supervisión formada por veinte miembros de diferentes profesiones, culturas, religiones y con diversos puntos de vista políticos y encargada de decidir qué contenidos se eliminan y cuáles se permiten. Miedo me da la censura.

Mi heroína de hoy: Winter, una llama de cuatro años de color chocolate, patas delgadas, pestañas gigantes y patas ligeramente torcidas cuyos anticuerpos han sido capaces de neutralizar el coronavirus. Un consejo: si queréis adelgazar caminando toca hacerlo como si se escapara el bus no a paso de tortuga. Y un deseo: ojalá que la revolución digital en las universidades haya llegado para quedarse y no sea tan solo algo efímero.

Os quiero. Cuidaos.