La Iglesia católica, especialmente la católica, no puede ser una parte (un partido) del todo social y político, antes bien debe ser el todo en la parte. Ser católica implica que es universal, que está pendiente del Bien Común, de lo que afecta a todos, pero en especial a los excluidos de la sociedad, los expulsados, los descartados, en lo que tanto insiste el papa Francisco. Ser católico es tener la perspectiva de lo humano, es estar por encima de la batalla de lo político y de los intereses partidistas, como dicen los franceses, au-dessus de la mêlée. Esta posición le puede dar un valor moral en la sociedad que le permita que sus posiciones sean respetadas y tenidas en cuenta. Sin embargo, cuando la Iglesia da la sensación de moverse para defender posiciones particulares, privadas, propias, pierde legitimidad y gana el rechazo de una amplia parte de la sociedad. Como la mujer del César, no solo ha de ser casta, ha de parecerlo. En ningún caso debe permitir que se tenga la sensación de que defiende privilegios o prerrogativas que se niegan a otros, mucho menos cuando, además, lo hace bajo capa de defensa del Bien Común.

Lo que es propio de la Iglesia, especialmente la católica, es promover entre los diversos grupos políticos que se instauren medidas que acaben con la marginación de una parte de la sociedad; impulsar políticas dirigidas a reducir la pobreza extrema y la exclusión con una renta mínima universal; suscitar la preocupación por una agenda verde integral que haga de nuestro país un lugar donde la vida pueda reproducirse en todos los ámbitos sin poner en riesgo la supervivencia del medio ambiente y la nuestra misma; impulsar el debate sobre la fiscalidad justa, a fin de que la contribución al Bien Común sea proporcional a la riqueza poseída y la distribución se realice en función de las necesidades; concitar, al fin, los intereses de todos los grupos sociales para que desde la misma Constitución se protejan de manera efectiva los derechos básicos como la educación, la sanidad, la cultura, la comunicación, la vivienda y la seguridad (las 'necesidades de indigencia' a las que alude Santo Tomás en la Secunda Secundae).

En cambio, hemos visto muchas veces promover campañas de oposición a leyes que considera que le perjudican, envolviendo la propuesta en una defensa de la libertad. Esto, inmediatamente, pone en guardia a muchas personas, también las de buena fe, contra lo que les parece una defensa de privilegios so capa de libertad, esa que ha sido tan manoseada en el discurso liberal, pero tan maltratada en realidad, pues la verdadera libertad solo puede existir si todos tenemos aseguradas las necesidades de indigencia. Una vez estas cumplidas, para todos, entonces podemos empezar a hablar de las necesidades de estatus, que según el Aquinate son las que se derivan de las diversas posiciones, responsabilidades o servicios que se prestan a la sociedad. Pero una vez cumplidas las de indigencia, no antes.