Hace un año escaso, más de la mitad de los españoles manifestaba preferir el dinero físico para pagar sus compras. A diferencia de los países nórdicos, en los que el dinero físico prácticamente ha desaparecido y hasta los que piden limosna lo hacen con un terminal TPV, los españoles disfrutamos mucho sacando los billetes y las monedas para pagar. De hecho, cada vez más bares, esa institución tan representativa de lo español como los pubs de lo británico, pero más estruendosa y menos confortable, estaban incorporando cajas de última generación que cobran y devuelven el cambio de forma automática. Pero parece que los vientos de la historia se han confabulado para dar la puntilla a ese sustituto de las monedas contantes y sonantes que es el papel físico.

Hace ya tiempo que la mayor parte del dinero existente tiene forma de una anotación en cuenta en los bancos, pero otra cosa son los instrumentos de pago que utilizamos para saldar nuestras compras en los comercios físicos. Ese era todavía el reino, aunque menguante, que le quedaba al dinero físico, atacado en los flancos por las tarjetas de crédito y, cada vez más, por el pago mediante el móvil. Como prueba del terremoto que está produciendo el Covid19 en el pago con billetes resalta un dato demoledor: en el mes de marzo, los bancos reportan una disminución del 68% en las retiradas de dinero en los cajeros y un aumento considerable en las operaciones por TPV en supermercados y farmacias, que junto con las gasolineras son los únicos comercios activos durante este estado de alarma.

El dinero es cuestión de confianza, y entiendo que la gente muy mayor desconfiara incluso de que los bancos fueran un lugar seguro donde depositar su dinero. Hace varias décadas, un director de banco me contaba que eran muchos los pensionistas que pasaban por caja para sacar el dinero de su pensión mensual, y lo volvían a ingresar después de contarlo para asegurarse de que estaba realmente allí y no en otra parte, cualquiera sabe donde. Este mismo director también me contaba años después, cuando el cambio al euro, cómo los abueletes traían sus pesetas en billetes con un fuerte olor a humedad, signo evidente de que hacía muchos años que no habían visto la luz del día.

Probablemente los poseedores de esos billetes no eran conscientes de que el mismo papel que tanto apreciaban como depositario seguro de valor de cambio, no eran más que promesas de pago hechas por una autoridad de un banco central que no siempre respondía cumplidamente a ellas, si a la historia de las frecuentes bancarrotas de países nos referimos. Fueron los italianos los que desarrollaron en el medievo tardío el sistema de pagarés y letras de cambio que los Estados nacionales fueron copiando para crear su propio dinero 'fiat' (una promesa de pago en vez de un pago en efectivo), cuyo valor efectivo depende en última instancia de la credibilidad que lo otorgues a la entidad emisora.

Lo que resulta más increíble y curioso de esta historia es que, con toda probabilidad, el fin del papel moneda se produzca por un malentendido. La repentina aversión a usar billetes parece que deriva de una recomendación reciente de la Organización Mundial de la Salud, OMS, en la que recordaba la importancia de lavarse las manos después de tocar cualquier tipo de objeto o superficie física, incluidos los billetes. A partir de ahí, corrió el rumor, probablemente interesado, de que el papel moneda podía transmitir el Covid19, cosa que, como reafirmó la propia OMS, es tan probable o improbable como en cualquier otra superficie física en la que se han vertido gotas portadoras del virus procedente de una tos o un estornudo. El Banco Central de China comunicó que estaba procediendo a esterilizar los billetes que poseía mediante el sometimiento a baños de luz ultravioleta.

Casualmente, o no tan casualmente, las autoridades chinas han anunciado hace pocos días la puesta en marcha de una moneda virtual llamada DC/EP, con un cambio de uno por uno con relación al yuan o renminbi (la moneda oficial), soportada en la tecnología blockchain, pero respaldada por la autoridad central de la República a través de su Banco Central. Se sabía que las autoridades chinas estaban experimentando con el dinero digital desde hace años, pero el hecho es que van a aprovechar para lanzarlo la crisis del coronavirus o, lo que es lo mismo, la renuencia de los ciudadanos a usar los billetes tocados por otros por miedo al contagio. El impulso que se está dando a esta operación solo es comparable con la presión ejercida por el Gobierno chino para imponer de forma altamente efectiva el confinamiento de millones de sus ciudadanos para vergüenza y escarnio de los países occidentales que no lo han conseguido.

La apropiación por parte del Gobierno chino del concepto de moneda virtual y de la tecnología blockchain recuerda exactamente a la apropiación por parte de los Gobiernos y Bancos centrales de la 'tecnología' de los pagarés para elaborar su propio dinero 'fiat' en forma de billetes físicos. La moneda digital china podrá cargarse en monederos virtuales en los móviles de los usuarios para que funcione exactamente igual que el dinero físico a la hora de comprar en un comercio físico o transferir dinero de un móvil a otro, incluso con tecnología de proximidad. A la consolidación de este sistema de pago, que aspira a convertirse en moneda de referencia como el dólar o el euro, contribuirá sin duda la extensión del pago por móvil a través del código QR que el comerciante presenta, y también la implantación de Wechat, una aplicación equivalente al whatsapp pero con funcionalidades de comercio electrónico. Para reforzar la credibilidad y ganar aceptación para la nueva moneda, el dinero del monedero virtual estará representado por imágenes de billetes físicos con su propia numeración individual impresa.

Sin duda surgirá un proyecto similar en cada sistema monetario, léase el euro, el dólar o la libra. Y ahora se explica mejor el fuerte rechazo que suscitó el proyecto de moneda virtual de Facebook, que precisamente se bautizó como 'libra'. La historia del dinero se solapa con la historia del poder de las naciones y civilizaciones. Ningún poder va a permitir a un individuo ni organización, por muy popular que sea, controlar un instrumento tan poderoso como el dinero, sea contante y sonante, sea en billetes o sea virtual.