El coronavirus ha logrado que de nuevo haya dos Españas: la de los que tienen niños pequeños y la de los que no.

Confinamiento y desescalada mediante, todos estamos enfrentando la más extraña vivencia colectiva de nuestra historia reciente. Las formas en las que cada persona y cada subgrupo social lo están llevando depende de una enorme cantidad de factores. Hay demasiadas variables, con demasiados parámetros a considerar, como para que sea sensato describir grupos de afectados. No hay ciencia, ni sociológica, ni estadística, como para hacerlo.

Sin embargo, a grosso modo, el parámetro 'tener hijos pequeños' sí consigue discriminar de entre el universo de los afectados por el coronavirus, o sea todos, dos poblaciones con vivencias comunes y diferenciadas. Tener niños es el vector que de alguna forma unifica las experiencias familiares del grupo que los tiene frente a las experiencias del grupo que no los tiene, que seguro que son más diversas.

Y es lógico. Los críos en edad temprana dominan absolutamente el día a día del grupo familiar al completo, compuesto no sólo de padres y madres sino de hermanos mayores, abuelos, abuelas y resto de miembros de la tribu. En tiempos normales los horarios de la familia están dominados por los horarios escolares, los intereses familiares son los intereses de los niños, el ocio adulto está vampirizado por las necesidades de entretenimiento de los pequeños, y hasta el gasto familiar y la preocupación económica por el futuro están mediatizados por los gastos de los críos y a la preocupación por contar con recursos como para sacarlos adelante. Si esto es en tiempos normales, ni que decir tiene en tiempos de confinamiento.

No podría ser de otra forma. En el fondo, por muy cultos e interesantes que nos hayamos hecho al cabo de los milenios, nuestra especie es otro mamífero más sometido a las reglas evolutivas. Estamos hechos para mandar nuestros genes a la siguiente generación, lo sepa usted o no, lo crea usted absurdo o lo considere verídico. Y está bien que así sea, para que al menos haya un propósito común en el destino universal de nuestra especie. Y eso con independencia de que la decisión individual de no tener niños también es humana, las reglas evolutivas funcionan a través de grandes números, no de sucesos individuales.

De una forma u otra los niños son los protagonistas globales en el confinamiento, la desescalada y las perspectivas de la nueva normalidad. Lo son en los aspectos sanitarios, en los de regreso a la calle, en los de protección de contagios, en los psicológicos de grupo, y en los importantísimos, a escala individual y social, de la educación y la vuelta al cole.

De modo que si ocurre, y ojalá que ocurra, que en doce o trece años algún post adolescente o jovencito les pregunta acerca de qué fue aquello del coronavirus, tienen ustedes todo mi permiso para mandarlo a tomar viento fresco, por decirlo suavemente.