Pedro camina por los alrededores de un asentamiento chabolista a las afueras de Madrid. Es un investigador médico de finales de los cuarenta que ha interrumpido sus estudios sobre el cáncer en ratones por falta de fondos. En aquella España el hambre mandaba. Pedro busca al Muecas, un gitano que trafica con ratones de laboratorio a cambio de cuatro duros que el mismo investigador tiene que pagar. Al fin y al cabo, la precariedad no es nueva.

Tiempo de silencio es de esas obras que han caído en el olvido de forma inexplicable en nuestra España culta y alfabetizada. Ha desaparecido de los institutos, pero tampoco hay rastro de ella en la Universidad. Se la considera una novela experimental, publicada en los años sesenta por un escritor, Luis Martín-Santos, tan desdichado como Pedro, su protagonista: morirá en un accidente de tráfico sin habernos dado todo lo que tenía dentro. Y seguramente sería mucho.

Pienso en el mundo que describe Martín-Santos y entiendo que los españoles tenemos un doble problema con el sistema sanitario. A nadie le importa realmente la sanidad. Por supuesto, a ningún político, pero tras darme una vuelta de 55 días por los ágoras digitales, empiezo a pensar que tampoco al resto de los ciudadanos, que se comportan más como correligionarios de partido que como ciudadanos comprometidos.

La pandemia ha pillado desprevenido al Gobierno y al sistema sanitario. Pobres de aquellos que solamente son capaces de apreciar los fallos en el lado de en frente. Porque errores y desmantelamientos ha habido a diestra y siniestra. Y me lanzaré a la piscina: el Gobierno de Zapatero dejó una situación desastrosa en las arcas públicas, quemando dinero con total impunidad. También el de los hospitales. El de Rajoy recortó en Sanidad como tal vez nunca antes se había hecho.

Pero no estuvo solo. La privatización de sector planificada por Aguirre en Madrid lo acompaña. Y así vamos sumando casos. Susana Díaz, en los días de vino (y muchas rosas) ocultó pacientes de las listas de espera en Andalucía. Pedro Sánchez dividió el ministerio de Sanidad en tres, dejándolo casi sin competencias, una mera marioneta en manos de un hombre que sueña cada noche con no estar ahí, puesto a dedo para cumplir la cuota catalana. Y multiplicamos. 17 sistemas sanitarios diferentes como en los años de las Taifas. Medidas de prevención a la carta de cada autonomía. Test falsos que no llegan. Médicos que 56 días después no han sido examinados. Mascarillas caducadas. Y seguimos llenando los muros de nuestra indignación de proclamas, ocultando las fechorías de los nuestros, buscando el artículo definitivo que nos complazca para desenmascarar al contrario.

La sanidad pública española es un arma arrojadiza, al mismo nivel que el fútbol. Entre todos lo hemos conseguido. Pero a nadie le ha importando. La hemos dejado respirar como los moribundos con uno y otro partido en el poder. Puro artefacto electoralista. Mientras seguimos señalando los ratones muertos, los médicos caminan entre chabolas.