La vida confinada merece un manual. Nadie nos avisó de cómo rellenar los espacios que deja el primer café hasta el aperitivo. O el tiempo necesario de mirar por la ventana sin llegar a convertirse en gárgola. Cuestiones que nos han ido asaltando a lo largo de estos días y que hemos debido improvisar. Dormir la siesta solo los fines de semana. Tender la ropa con guantes. Esconderse del vecino cuando tira la basura.

Escucharlo roncar los domingos en la terraza. Sonidos cotidianos con los que convivimos y que ya forman parte de nuestro día a día, como si viviéramos en la misma casa todos juntos. Las paredes hablan y son tan explícitas como un diálogo comprometido. Sí, mis vecinos mantienen una vida sexual trepidante.

Hacer el amor en tiempos pandémicos ha sido, a lo largo de la historia, una de las prácticas esenciales de supervivencia. Salvo excepciones, se trata de un acto muy personal. Al menos, no son necesarios más de dos individuos para llevarlo a cabo. Pero el confinamiento ha arrastrado cierta sospecha. El noble arte de ponerse a engendrar nos retrotrae a los tiempos en los que no había televisión. La convivencia pura hace que baste una mirada ardiente por encima del ordenador, en la pausa de un capítulo, en la vuelta de página de un libro para demostrarle al vecindario que hay momentos más alegres a lo largo del día que el aplauso de las ocho.

Habrá quien peque de exceso amatorio. Cada comunidad de vecinos es un universo. Lo demostró Perec, en una de las novelas más inteligentes que jamás se han escrito. La vida, instrucciones de uso, cuenta el devenir de cada uno de los vecinos de un edificio parisino. Es una radiografía de la cotidianidad individual. Las pasiones y miedos. Los horarios. La diversidad de las edades, caracteres, religiones y orígenes que se ven reducidas a unos pequeños metros cuadrados. Gente que empieza compartiendo el ascensor y que termina conociendo la parte más íntima del cuerpo humano. Un manual en toda regla de la vida burguesa de los años setenta.

Me sorprende que aún nadie haya escrito un Manual del confinado. Hoy en día hay manuales para todo, hasta para sobrevivir a una invasión zombi. Los niños que están naciendo estos días lo necesitarán. También los que nazcan a partir de esta 'nueva normalidad'. Sobre todo sus padres. Llegan al mundo entre hospitales colapsados, sin poder ser vistos por los abuelos más que en una pantalla del móvil.

Alguien les dirá en el futuro que ellos rompieron la monotonía de los hogares, que los vecinos dejaron de escuchar la dialécticas amorosas por los llantos desconsolados de los recién nacidos. Y para los padres, ya nada será igual. Claro, también las miradas ardientes por encima del ordenador pasarán a mejor vida... A ellos solo les queda el aplauso de las ocho. O escuchar a los vecinos. El ciclo de la vida tras los tabiques de un edificio.