"Todavía me da un vuelco el corazón cuando miro su fotografía. Todavía doy un salto cuando escucho el tono diferente que anuncia su llamada. Todavía sonrío cuando hablamos por teléfono. Todavía me acuesto pensando en él, me desvelo y me acuerdo de él, me despierto y acude él a mi mente. Todavía estoy flipando con que exista alguien así. Todavía alucino con habernos encontrado. Todavía estoy loca por volverlo a ver. Todavía y cada día temo perderlo, me preocupa que no se produzca un nuevo encuentro, me da miedo que la vida nos lleve por caminos separados, me da pánico que nos dejemos de querer, que no exista un futuro en común para nosotros o que exista y que este mate lo que ahora tenemos. Todavía no entiendo por qué me quiere y me preocupa por cuánto tiempo lo hará. Todavía no comprendo qué vio en mí o qué sigue viendo».

Sé que no debería leer sus cosas, lo sé. Ayer quedamos de nuevo por fin, en el hotel de siempre. Se presentó con su sonrisa, con su mirada enamorada, con su entusiasmo y sus ganas de vivir, con su maleta rosa, cargada de ropa, que al final no se pone porque no salimos de la habitación, con varios zapatos de tacón con los que no sabe andar y termina descalza, pero se empeña en que con ellos me gusta más. Se presentó con la energía y la alegría que le es innata, que le arrebataron y que, muchas veces cuando estamos lejos, sé que le falta. Se presentó recordándome nada más verla por qué no puedo dejar de amarla aunque no lo exprese como ella quisiera, aunque no sepa borrarle las dudas de esa cabeza como quien borra una pizarra.

Se presentó con su bolso negro y dentro ese diario que continúa escribiendo como si fuese una adolescente y siempre la acompaña.

Hemos hecho el amor y se ha quedado dormida. Normalmente, le dura esa adrenalina de volver a estar juntos y permanece inquieta, mirándome sin parpadear, como si yo fuese a desaparecer en cualquier momento. Puede que suene vanidoso, pero no es el caso en absoluto, ella me mira como si yo fuera una maravilla del universo. Me mira así incluso cuando estoy comiendo o cuando estamos en desacuerdo hablando acaloradamente, defendiendo cada uno nuestro argumento. Me mira así con ese embeleso y ese entusiasmo, sea lo que sea que yo esté haciendo.

Se ha quedado dormidita, como digo y sé que no debería leer sus cosas, pero me he visto tentado. No hay ni un mínimo de desconfianza en mi acto. La leo por saber más de ella. A veces siento que tiene miedo a decirme ciertas cosas por si, no sé, me gusta menos o la dejo de querer o lo desapruebo. Se ve que alguien ya la ha hecho sentir así.

A mí, la verdad, me fastidia que viva en esa constante inseguridad. Me gustaría ser yo de otra manera. Desearía poner en palabras lo que siento más a menudo, hacérselo quedar bien claro, decirle todos los 'tequieros' que ella necesita, pero yo no soy así. No me sale. Tampoco soy una lapa, cosa que sé que a ella le encantaría. No soy de ir con ella por la calle agarrados ni de besarnos en cada esquina ni de meterle mano en cualquier lugar.

Ella sí. Ella es una fiera, una niña apasionada descubriendo cada día la vida, por mucho que pase el tiempo. Ella es de fuego. Ella es una llama tratando de aparentar ser un mar en calma o eso cree.

Así que he leído su pequeño diario y ha confirmado mis sospechas. Lo he guardado, negando con la cabeza. ¡Cómo es esta mujer!

Ahora bajaré a la cafetería y traeré unos bollos y café con leche, el desayuno de los campeones, que tanto le gusta y ella se despertará, sonreirá con esa preciosa cara y no le diré que me encanta su sonrisa y esa mirada de ángel. Le diré que ya es hora de ir reponiendo fuerzas, que se nos enfría el café y que no me meta mano ni me mire embelesada mientras mastico y ella no me hará caso en nada, se carcajeará, me meterá mano mientras me atraganto con el café y me besará con la boca llena de dónut y a mí me encantará, pero jamás se lo reconoceré.