Ya no hay saludo en el que no se mencione la proximidad de un encuentro, una cita, un aperitivo, un brindis. Ha llegado el momento de recuperar las casas, abrirlas otra vez a los amigos, a quienes ahora no nos cuesta reconocer. Ha llegado el momento de la conversación alrededor de un cubo de quintos, un buen whisky, unos gintonics, que serán servidos muy fríos y con rodaja de limón. Creo que por un tiempo seremos muy transparentes y sencillos con nuestros deseos. Seremos incapaces de disimular y saborearemos esa felicidad que dan los nuevos comienzos.

Seguramente no durará mucho, pero mientras dure el reencuentro de voces y miradas nos va a deparar ratos únicos e inolvidables que, quizá, tengan efectos imprevisibles en las vidas de todos. La amistad va a ser la gran triunfadora de este trance porque tiene un antídoto que la fortalece en situaciones como la que hemos atravesado y es su especial vinculación con la soledad. Antes del virus una amiga me dijo: «No corren buenos tiempos para la amistad». Lo dejó caer así, sin más, y yo lo dejé pasar sin entender qué quería decir. Quizá lo dijo porque el estilo de vida que llevábamos creaba seres solitarios.

En La mujer singular y la ciudad', Vivian Gornick cuenta muy bien cómo crece la amistad en medio de la soledad. Tiene un amigo, soltero como ella, viejos ambos. Quedan para pasear y tomar café una vez a la semana y conversar. Y así empieza el libro, con uno de esos cafés. Las conversaciones que se reproducen son apenas fragmentos, instantes que permiten imaginar la complicidad que hay entre ellos, la mutua comprensión. «La conversación siempre se volverá más profunda, incluso si la amistad no lo hace», se dice y no sé lo que significa, pero de alguna forma me intriga, como si encerrara algún secreto sobre la amistad que no sé explicar, pero que siento que es verdad.

Otro de los misterios de la amistad que ahora la vuelven indestructible es que, por muy graves reveses por los que haya pasado, la parte más verdadera de ella queda a salvo, sostenida en lo más frágil e insignificante. Pensar en los amigos es despertar el deseo de atrapar las pequeñas cosas: el placer de una conversación, un café en un lugar refugiado del calor, prestar un libro o leerlo juntos, una cerveza a la salida del cine.

Llega el tiempo de la amistad, que brilla con toda su fuerza en este volver a empezar cuando todo ha estado a punto de perderse.