Ser murciano en el exilio tiene sus cosas. Salir de la Región a una gran ciudad como Madrid o Barcelona es descubrir un mundo nuevo de oportunidades, una cura de humildad para los vanidosos y un chute de energía para los carentes de autoestima. Somos la séptima ciudad de España y apenas nadie diría que aquí vive más gente que en Alicante o que en Santiago de Compostela. No digamos ya que en Bilbao.

Se ha escrito mucho sobre lo maravillosa que es Murcia sin caer en el regionalismo psuedo-nacionalista, pero no tanto sobre cómo hemos heredado el lugar de Lepe en los chistes nacionales sobre analfabetismo funcional. Quizás va siendo hora de recordar que nuestro marcado acento sureño esconde un español gramaticalmente impecable al que deberían admirar los laístas madrileños, los leístas castellanos y no digamos ya los inmersos lingüistas catalanes. Pero a pesar de estar cargados de razón, seguimos siendo el hazmerreír.

Y lo somos porque Murcia es un lugar contra natura. Extraordinaria y felizmente contra natura. Aquí sabemos que para que la televisión nacional emita diez segundos al año sobre nosotros tiene que ocurrir algo de una dimensión casi equivalente a una pandemia mundial. Y cuando ocurre, un alto porcentaje de murcianos tiene una sensación de protagonismo inaudito como si en vez de hablar de una inundación de Los Alcázares, Matías Prats hubiera dicho su nombre y mostrado su foto. Aquí somos de esos que cuando nos mudamos a otra ciudad y vamos al supermercado nos acercamos a la frutería a ver si las mallas de limón son de Murcia, y pobre de la cadena de alimentación que los haya envasado o comprado en Valencia.

Somos de los que damos lecciones sobre ensaladillas rusas al resto de los mortales, los que competimos por demostrar que aquí hace siempre más calor, y los que, ahora sí, decimos orgullosos que el gran hit de la pandemia, que no es otro que el affaire de Alfonso Merlos, ha sido protagonizado por un murciano de pura cepa.

Pero además de todo lo anterior, a veces es momento de recordar que además de tener un acento terrible, más temperatura que en el Sáhara y ponerle limón hasta la pizza, somos la Región que en situaciones como la actual da una lección de gestión y compromiso al resto de España.

Cada día, en cada periódico de tirada nacional, los periodistas más conocidos de nuestro país recuerdan que la Región de Murcia es la Comunidad autónoma con menos infectados de España. Somos los que mejor hemos combatido la pandemia, somos los que menos nos hemos quejado, somos los que más hemos ayudado y aportado. La marca Murcia, definitoria de los chistes cariñosos y las temperaturas desbordantes, también lo es de la excelencia en la gestión y del compromiso cívico de unos ciudadanos que luchan cada día por seguir haciendo de nuestra Región el mejor lugar del mundo para vivir.

Empezaba el artículo diciendo que ser murciana en el exilio tiene sus cosas. La más importante, tener perspectiva para decir, sin miedo a equivocarme, que si pudiera elegir donde volver a nacer no se me ocurriría mejor sitio que hacerlo aquí. Qué suerte ser de Murcia.