En septiembre hará once años que trabajo en el SEPE, antiguo INEM. Empecé a trabajar allí cuando estalló la crisis. Somos un organismo que cuanto más trabajo hemos tenido menos plantilla éramos para desarrollarlo. Desde entonces hemos gestionado todos los nuevos subsidios que los diferentes Gobiernos han creado. A éstos hay que añadir los que ya había, que no eran pocos.

Hemos conseguido, desde entonces, que las personas cobren al mes siguiente de la presentación de la solicitud (si presentan el 30 de abril, el 10 de mayo ya tenían la nómina en su cuenta).

He recibido faltas de respeto a mi trabajo, amenazas, insultos y he atendido a personas cuyas situaciones me han hecho llorar, incluso personas que no quieren formar parte de la sociedad.

Este virus ha desmontado todo el sistema creado durante décadas en apenas dos meses. Ha colapsado, como todos sabemos, el sistema sanitario, pero también, por desgracia, ha colapsado el sistema de prestaciones públicas.

Gran parte de mis compañer@s han trabajado desde casa. Yo también. Hemos utilizado nuestros teléfonos, nuestro ordenador y hemos trabajado más de diez horas al día, incluyendo Semana Santa, sábados y domingos, dejando de lado a mi familia, a mí mismo y, sobre todo, a mi hija de dos meses.

Hemos hecho lo imposible. Hemos tenido que trabajar en base a instrucciones que cambiaban cada día, cada hora. Terminabamos de trabajar a las diez de la noche sin saber al día siguiente, a las siete de la mañana, cómo lo ibamos a hacer.

Nos hemos dejado la piel, hemos trabajado como nunca.

Por desgracia, ha sido imposible poder gestionarlo todo. No ha sido posible que los Ertes de las más de 15.000 empresas que los han presentado se hayan podido resolver, ni las miles de solicitudes de prestaciones. Pido disculpas. Cuando se cerraron nóminas, el 30 de abril a las tres de la tarde, sentí impotencia por no haber hecho más. Pero era imposible. Esto ha desbordado una región, un país. Y todo ha pasado en un mes.