Hasta el pasado sábado solía ponerme el despertador para cambiar los números de la ventana. Dejamos atrás los cincuenta, una cifra que poco a poco nos parece pequeña. Pero ahora, café en mano, aún bostezando, observo desde mi balcón que la ciudad ha sido tomada por otra especie distinta a los perros y los niños. Les hablo de los corredores. Desde la democratización de la vestimenta deportiva que trajo consigo Decathlon, se les distingue por camisetas estridentes, mayas negras con ribetes rosas y amarillos, sensor de pulsaciones en el pecho y cintas destensoras en los músculos. Cada mañana amanezco con un maratón por mi calle. Llegó la primavera antes a los cronómetros que a los árboles.

Casi dos meses de encierro han cortado la progresión de muchos atletas. No les hablo de los olímpicos, que viajarán a Tokyo el año que viene, sino del deportista que todos llevamos dentro. Estos días hemos descubierto que el garaje de casa es una pista de orientación donde esquivar las columnas, el pasillo un campo de fútbol, el salón un espacio para pilates y otras religiones orientales. Luego están las flexiones y abdominales, propias del balcón, para que alguna vecina mire despistada. El confinamiento nos ha obligado a reinventar nuevos deportes, explorar nuestro cuerpo y llevarlo a límites minimalistas de espacio. Ahora la calle es nuestra. ¿Cómo no llevarnos el salón de casa fuera?

En la Antigua Grecia correr era una necesidad. En aquellos tiempos, la mayor pandemia de todas era la guerra. El ejercicio físico te salvaba de una flecha persa. Los brazos servían para agarrar el remo del trirreme con más fuerza, no para levantar pesas. De ahí que en nuestros días de epidemia rescatemos el ejercicio físico como medio de supervivencia. Probablemente, la historia del mundo clásico sea tan brillante gracias, precisamente, a una carrera. Lo cuenta Heródoto. Filípides era un soldado ateniense que recorrió la distancia entre Atenas y Esparta en un par de días para avisar de la llegada de los persas. Casi 250 kilómetros de montañas. La historia fue cambiando, moldeándose a los tiempos. Una versión fue que el soldado avisó de la victoria en la batalla corriendo de Maratón a Atenas. Kilómetro arriba, kilómetro abajo, la hazaña es indiscutible. Y sin zapatillas deportivas, claro.

Algo de épico tienen todos los desfiles que pasan bajo mi ventana. Es la prueba evidente de que estamos vivos, de que el virus está remitiendo, de que el confinado ahora empieza a ser él, y no nosotros. Es la prueba, en definitiva, de que los persas ya se están retirando en el horizonte, de vuelta a sus estepas, esperando a que llegue otro invierno para volver a atacarnos. Los griegos tuvieron que forjar de nuevo escudos y armas. A nosotros nos bastará solo con mascarillas. Y espero que no haga falta carreras épicas para conseguirlas.