Hace una semana que me estalla la cabeza tras la rueda de prensa que el sábado 28 de abril dio el presidente del Gobierno. No sé a ustedes, pero tras escucharle el trabalenguas sobre las fases y la desescalada tengo ansiedad.

Desde hace tiempo tengo una lista de palabras que no me gustan y que eliminaría de la faz de la tierra: orín, muda, mondadientes; tras la rueda de prensa he añadido: desescalada, nueva normalidad, conviviente, aforo. Ya la normalidad me parecía una ordinariez, pues imaginen la nueva, sin saber cuándo podré viajar a Murcia a ver a mi familia y amigos, tomar una caña en la barra de un bar, ir a un festival de música, abrazar o besar. Sé que tiene que ser así, pero parece que ahora que hemos aplanado la dichosa curva y empieza a verse la luz al final del túnel, las cosas tal y como las conocemos tardarán en volver para quedarse y qué quieren que les diga, me va a costar asumirlo.

Imagino que conocen el chiste: «Si nos tienen que explicar todos los años las campanadas media hora antes de que den las doce, a ver cómo vamos a gestionar esto de las fases y la desescalada». Desde mi humilde punto de vista no estuvo acertado el presidente a la hora de explicar las líneas generales del plan; me resulta bastante confuso que se pueda realizar pesca deportiva en la fase no sé cuántos y yo no sepa cuando podré realizar gestiones administrativas, plazos, etc.

Hablar es muy fácil, somos todos expertos en estos tiempos de pandemia, inquisidores, diría yo. No me gustaría estar en el pellejo de ninguno de los miembros del Gobierno. Coincidirán conmigo en que ninguno de los políticos que conocemos habría sido impecable gestor ante esta pandemia, pero nos encanta desde el sillón repartir estopa y hacer sangre sólo porque lo diga el contrario. Pero luego soy buen ciudadano y salgo a la ventana aplaudir, sin hacer autocrítica de la gestión de las Comunidades autónomas con Gobiernos de 25 años que no han dejado de recortar; uy, no, perdón, que no recortan, que es un bulo: congelan partidas presupuestarias en Sanidad, por ejemplo. ¿Piensan que Casado con las ovejas, o Ayuso repartiendo perritos calientes en el cierre de Ifema, que aquello parecía una rave, lo habrían hecho mejor? Disculpen, pero no lo creo.

Nuestros políticos brillantes no son. Se están cometiendo muchos errores, está claro que la comunicación no es el fuerte del Gobierno, quizás por exceso de querer comunicar se están equivocando. Ni unos ni otros están preparados. Se necesita gestión, no ideología. Se necesita trabajar por el bienestar de los ciudadanos, no me cansaré de repetirlo. ¡Qué difícil parece, joder! O qué idealista soy.

Unos piden unidad y no llaman al resto de fuerzas políticas; otros patalean sin escrúpulos y no dan ni una propuesta concreta o sensata. Estamos cansados, preocupados y exigimos certezas ante un virus que cambia cada día. Necesitamos ir despejando incógnitas ante lo que se nos viene encima a nivel económico y social. Pero así, con esta crispación, con esta sed de venganza y poca o ninguna gana de trabajar en equipo, no vamos a encontrar soluciones para afrontar un futuro muy incierto.

Pensamos que ya hemos vencido a la pandemia y que debe empezar el qué hay de lo mío y reactivar la economía; y qué quieren que les diga, creo que debemos ir despacio. Estamos en el momento más delicado, porque, no nos equivoquemos, lo complicado no era quedarse en casa, comprar papel higiénico para el fin el mundo, hacer pan o pilates y beber hasta desmayarse con los amigos por videollamada. Lo complicado lo estamos viviendo ahora con la maldita desescalada, las salidas de los niños, los que quieren hacer deporte; parece que todos sois runner... Ahora es cuando hay que apelar a nuestra responsabilidad cívica, parece que sólo hay que exigir a los demás, y cuando se trata de nuestras responsabilidades como ciudadanos hacemos lo que me da la gana, porque Pedro Sánchez no manda en mí.

¿Así pensamos salir adelante? La única manera es hacerlo juntos; odio la frase a lo Paolo Coelho, pero es así. No nos estaremos respetando ni protegiendo si la cagamos en esto; se trata de que no mueran más personas, de que no haya un nuevo rebrote y volvamos a la casilla de salida. Quiero pensar que no necesitamos segundas oportunidades y que vamos a ir superando las distintas fases de este plan.

Y para hacer más llevadera esta pesadilla ante la sordidez de los términos empleados por el Gobierno para la desescalada, prefiero imaginar que esto de las fases es como una relación de noviazgo, más concretamente el de Maureen O'Hara y John Wayne en el clásico El hombre tranquilo, con el permiso de una amiga, que lo contó en redes. Mary Kate y John han comenzado su historia con encuentros castos, reconociéndose el uno al otro, como nosotros en las fases cero y uno; después habrá un paseo con distancia social y carabina en las fases dos y tres, llegando a ese beso apasionado bajo la lluvia en el cementerio irlandés de Innisfree a la cuarta fase o nueva normalidad. Pedro, maldita sea, bastante jodido es todo ya para encima utilizar un lenguaje tan hostil. Sólo me alivia pensar que llegar a la cuarta fase significará que todo lo que añoramos estará más cerca de volver.

Y mucho se habla de fases, de familias, de niños, los que tienen perro, pero ¿y los solteros? ¿qué hay de nosotros? ¿alguien tiene un plan? Porque el futuro es descorazonador. Hemos sido los grandes envidiados, tanta libertad, sin ataduras, sin hijos, tanta mierda para nada; llega una pandemia y te rompe los esquemas. Antes sólo me acordaba de la vida en pareja cuando tenía que ponerle la funda al nórdico, pero ahora envidio a quien puede salir a pasear con el conviviente (aunque llamándole así me dan ganas de todo menos de quererle).

Los solteros nos enfrentamos a un tiempo de sequía y hastío, a ver quién es el guapo que se arriesga a conocer a alguien, porque de hacer ciertas cosas, mejor ni hablamos; ya en la 'antigua normalidad' era jodido, así que imaginen ahora, ¡me cago en mi pena negra! Conocer a alguien y charlar mientras tomas algo en la barra de un bar me parece de ciencia ficción en estos momentos. ¿Estamos condenados a lo malo conocido antes que a lo bueno por conocer? Ya lo decía Mundstock, (Les Luthiers): «El que es capaz de sonreír cuando todo le está saliendo mal es porque ya tiene pensado a quién echarle la culpa».

Pedro, maldita sea.