En nuestros tiempos actuales de turbación asistimos en todas partes a un triunfo de la fe en la tecnología, a la que muchos consideran la definitiva tabla de salvación para superar amenazas víricas periódicamente renovadas de las cuales la Covid 19 es solo la más reciente. A la tecnología se le atribuye incluso la capacidad de salvar el mercado laboral. Es un caso, naturalmente, de ceguera colectiva; otra fiebre pasajera que hay que sufrir antes de abrir los ojos y contemplar la funesta ruina en que la humanidad ha convertido el mundo. En tanto llega la difícil hora de la revelación quizá convenga recordar una novela de Ernst-Wilhelm Händler publicada en 2012 y titulada El superviviente, que narra la historia de un ingeniero entregado obsesivamente a la robótica de enjambres.

La obra tiene claramente una dimensión titánica, pues el protagonista pretende, como un nuevo demiurgo con ansias de convertirse en dios creador, diseñar una inteligencia artificial perfecta, colectiva y cooperativa capaz de aprender por sí misma. Este técnico cuyo nombre el lector no llega a conocer jamás vive entregado a su tarea prometeica; el nuevo Fausto del siglo XXI no se detiene en ningún tipo de consideración, incluido el espionaje telemático de sus colaboradores. Su obsesión le lleva a sacrificar sin miramientos y hasta con deleite sus relaciones personales hasta el punto de causar la desgracia más oscura a todos aquellos que lo rodean, familiares o colegas.

La narración se ordena como un tríptico, a través del cual vemos la progresiva soledad en la que por su propia mano va quedando el protagonista, que finalmente resta en riguroso aislamiento renunciando a toda su vida en el altar de la técnica. La primera imagen corresponde a la relación del ingeniero-demiurgo con su mujer, una artista gravemente enferma, y cómo ésta muere no sin culpa del marido. La segunda imagen examina las relaciones del ingeniero con sus colaboradores, a quienes espía obsesivamente para que éstos no pongan en peligro la marcha del laboratorio. La última estampa se centra en su hija Greta, personaje con ecos goethianos, de cuyo fin también es él verdadero responsable.

El drama se ha llevado directamente al laboratorio robótico y hace protagonista a alguien ya previamente despersonalizado cuya vida estaba entregada a la creación artificial por sí misma, es decir, sin fin moral alguno, dentro de un sistema económico y productivo despiadado. La maldad se acepta abiertamente y de buen grado, pues para la creación es preciso destruir, romper física y éticamente con todo aquello se suponga un riesgo para la consecución del objetivo fijado.

Esta lucha por el advenimiento de un nuevo mesías, la inteligencia artificial autónoma, está jalonado por la inserción en la trama de reflexiones metafísicas y visiones ontológicas violentamente intrusivas del ser en un proceso eterno de multiplicación, creación, destrucción y regeneración; un modelo cosmológico que no es ya un universo sino un pluriverso, no un cosmos ordenado sino una ensayo malogrado en vías de perfección, quizá llevado a cabo por unos desconocidos ingenieros en su papel de dioses fallidos.

Ante nuestros ojos se desarrolla una historia demiúrgica que, por desgracia, es también la crónica del mundo que habitamos, donde se ha perdido precisamente la calidad humana más esencial, la capacidad para toda relación o afecto. El triunfo radical y sin ética de la tecnología ha traído aparejada la incapacidad de relacionarse con los demás. El mundo se parece entonces a un frío laboratorio secreto que formara parte de un superorganismo, una entidad gigantesca, tan grande que tanto parece en la práctica una galaxia en confusa expansión, una entidad demoníaca sin cabeza individual, visible; un complejo ente de relaciones que se ha extendido como un organismo pluricelular por todo el planeta, en el que ha desaparecido cualquier seguridad ontológica a la que poder aferrarse desde el momento en que el universo se revela también como una defectuosa creación artificial. Nada hay ya que pueda frenar la muerte por envenenamiento masivo de aquel sujeto colectivo que solíamos llamar humanidad, algo para lo cual actualmente no hay nombre que nos sirva.