Me escribe Marcela desde Argentina, donde también están confinados. Es optimista. Dice que nunca ha visto tan de cerca los efectos de una transformación de esta envergadura. Me hace recordar este verso de Leonard Cohen: «Hay una grieta en todo, solo así entra la luz». Quizá tenga razón y esta catástrofe haga que entre la luz en un mundo que se ahoga, en una sociedad que se pudre. ¿Pero puede una enfermedad activar esa luz? ¿Qué mundo emergerá de este trance? ¿De verdad la vida será diferente? ¿Como si nos hubiéramos dormido y despertáramos en otro planeta?

Se habla de la vuelta a la 'nueva normalidad', una expresión absurda que refleja muy bien el estado de confusión en que nos encontramos. Cuando el confinamiento había empezado a convertirse en la vida normal nos abren las puertas y nos asombramos al ver a niños jugando en las aceras como si fueran una proyección del pasado. El domingo caminaba por las calles y me sentía como un personaje de la serie DEVS, donde un gigantesco ordenador cuántico, sea eso lo que sea, es capaz de recrear con exactitud cualquier instante del pasado o del futuro. «La vida es una imagen que vemos pasar», se decía allí. Si todo parecía raro a este lado de la ventana, ahora comprobamos que lo que nos espera ahí fuera puede ser más raro todavía.

En los sueños suele haber algo que no encaja: una persona que está donde no puede estar o una calle que ha cambiado de sitio. El detalle que explica la conexión entre lo que no encaja suele permanecer oculto al despertar, cuando intentamos reconstruir el sueño, lo cual acrecienta la sospecha de que ese detalle olvidado, del que solo podemos percibir su sombra, nos daría la clave del significado del sueño. Sin embargo, el guardián de la consciencia nos bloquea el acceso como si preservando la normalidad protegiera nuestra cordura.

La paradoja de este extraño virus es que ha sido la cercanía, la proximidad, el contacto humano lo que nos ha hecho vulnerables. Sin embargo, ha sido el sentido de comunidad lo que nos está salvando: la unidad, el cuidado del otro, el sacrificio por los demás. Nos falta una clave que haga encajar estos dos elementos que parecen incompatibles. Nos asomamos a la grieta y lo que vemos es mucho miedo, distanciamiento. Pero hemos visto también niños sin miedo que aprovechan el instante como si fuera el primero, su trocito de sol, de hierba, de tierra, como si la vida fuera lo que ellos hacen. Ahora solo falta que entre la luz.