No sé si a todos nos estará afectando igual esto del encierro. No sé si todos estaremos con los nervios a flor de piel y pasando de un estado a otro con facilidad: emocionándonos, riéndonos, llorando, desesperándonos, esperanzados, hundidos en la más absoluta miseria, haciendo y deshaciendo planes, fantaseando con un futuro mejor unas veces o metiendo la cabeza en un agujero por miedo a enfrentarlo otras tantas. Supongo que, como en el resto de situaciones, somos todos bastante parecidos y diferentemente iguales.

Me preguntan que si creo que esto va a servir para algo, si considero que vamos a aprender o a cambiar. Al parecer a lo largo de la historia hemos ido repitiendo errores y aciertos. Vamos avanzando en ocasiones e involucionando en otras. No sé, yo no tengo ganas ni de pensarlo, estoy harta del monotema, harta de recibir mensajes paranoicos y conspiranoicos unas veces y motivacionales e incitadores a la lágrima fácil, otras. Harta de recibir mentiras y bulos que se extienden como la pólvora, harta y más que harta de cadenas con fines ilusorios, harta de mensajes políticos en grupos en los que antes solo nos unía la amistad o una circunstancia puntual, harta de que den por hecho que tengo que comulgar con su opinión, harta de morderme la lengua por que haya paz.

Luego, me da rabia ponerme en plan gruñón y ejerzo la autocrítica, prometo practicar la tolerancia y la escucha activa, me indigno, me desindigno y así. Miro a mi alrededor y, como hago siempre, valoro todo lo bueno que tengo, que no es poco y que son, sobre todo, personas. Mis prioridades no han cambiado. Mis valores, mis deseos, mis miedos, mis inseguridades, mis planes y mis sueños siguen siendo los mismos.

Tengo tanto que aprender como tenía antes de que todo esto empezase. Sigo sin hacer ejercicio, sigo comiendo de más y moviéndome de

menos, sigo haciendo cursos con posibilidad de prácticas en empresas y sin saber si se verán recompensados con un empleo tras estas, igual que antes. Sigo leyendo y escribiendo y haciéndolo menos de lo que deseo y de lo que debiera, igual que antes. Sigo amando a quienes amaba, igual o más que antes y sigo loca por ese chico, el mismo de antes y más que antes. E igual que antes sigo sin saber cómo acabará todo entre nosotros o cuándo nos podremos ver. Sigue pagando errores de otros y sanando heridas que alguien ajeno a él causó. Sigue combatiendo mis temores, mis dudas, mis inseguridades con su silencio, su pasotismo o su darle la vuelta a todo con sus tonterías y nuestras risas.

Hemos descubierto ver series 'juntos', una forma de hacer algo a la vez, pero separados. Él observa atento todo lo que pasa y yo no paro de comentar e intervenir. Me encanta hacer eso con él. Bueno, cualquier cosa que haga es mejor si la comparto con él, la verdad.

Le monto escenitas y dramas con más facilidad y mayor frecuencia que antes y él, de momento, las capea con bastante arte. Y yo no dejo de temer que lo nuestro se acabe, igual que antes. Y no dejo de sentirme fea, mayor e insegura, igual o peor que antes. No sé cómo tiene tanta paciencia este santo varón. No sé cómo me puede gustar tanto y tanto más, cada vez. Sí sé qué tiene y sí sé por qué. Me falta saber por qué yo le gusto a él y qué es lo que hago para no dejar de hacerlo.

Hace un par de madrugadas, cuando ya hacía tiempo que nos habíamos despedido y yo consideré que ya se habría dormido, le confesé lo inconfesable vía whatsapp:

Yo: «A veces me da miedo confesarte ciertas cosas, mostrarte mis debilidades e inseguridades, por si me dejas de querer. Me da miedo que no me ames a mí, sino a la que imaginas que soy. Buenas noches. Te quiero».

¡Horror! Me aparece 'escribiendo' en el margen superior de la pantalla de mi móvil y por fin, llega el temido mensaje:

Él: «¡Ay, madre mía, menudo retraso! Tendré que quererte así».

Yo: «Ja, ja, ja. Eres tontísimo. No tendría que quererte, pero te quiero. Te jodes».

Él: «Hasta mañana, preciosa mía, que se me cierran los ojos. Te quiero».

Yo: «Hasta mañana. Se te cierran los ojos con tal de no verme, seguro».

Me quedo unos minutos mirando fijamente a la pantalla por si dice algo más, releo sus tonterías sin poder borrar la estúpida sonrisa de mi cara y se me cae el móvil en ella, señal de que ya es hora de dormir.

Se nos ha vuelto a hacer demasiado tarde, otro día que no dormimos nuestras ocho horas, igual que antes.