A las puertas del Primero de Mayo, pendientes de que el resto de los confinados todavía puedan salir a estirar las piernas por los alrededores de sus hogares, el cronómetro del tiempo que nos queda para evitar el desastre económico, laboral, social y sanitario nos ha devuelto al arcaico calendario lunar de dez meses. Lo que resta de año se acorta de forma alarmante, cuando menos sesenta días, para llegar a diciembre con una nación lo más parecida posible a como la habíamos dejado a mediados de marzo. El país necesita con urgencia que casi siete millones de españoles, entre los acogidos a los Expedientes de Regulación de Empleo y los autónomos con su actividad paralizada, vuelvan al trabajo.

Basta un dato. Un tercio de los 19 millones de afiliados en marzo a la Seguridad Social han pasado de ser cotizantes de sus arcas a beneficiarios de sus prestaciones. Eso sin contar con las industrias y comercios que han suspendido sus aportaciones a la caja común.

Necesitamos a uña de caballo que el consumo de los ciudadanos no se acobarde y venga a refugiarse en lo que algunos conocen como el ahorro preventivo. El sector servicios debe abrir sus puertas para que, el que pueda gastar por tener unos ingresos asegurados como ocurre con los 2,5 millones de empleados públicos, lo haga responsable y solidariamente. Como también en la misma medida que lo hacían anteriormente (mirando mucho el euro por la cuantía de sus prestaciones) los casi diez millones de pensionistas.

Y no será suficiente para hacer de contrapeso a unos mercados turísticos exteriores hundidos y unas exportaciones que acusarán la precaria situación de los compradores habituales de nuestros productos.

Igualmente, el tiempo apremia para constituir un reforzado sistema público de Salud. Nadie descarta que el coronavirus vuelva en otoño y que la inmunidad adquirida ahora valga para la siguiente oleada como ya suele ocurrir con la gripe.

Hay, en cuestión de meses, que crear una malla preventiva y paliativa (la vacuna tardará) que exige más medios y profesionales formados. No valdrá doblar el número de camas UCI si no contamos con el personal cualificado y suficiente.

Los responsables de la Sanidad de este país tendrán que responder a la pregunta de que cómo es posible que estando Francia, Italia y España entre los siete mejores sistemas sanitarios del mundo, según la OMS, hayamos sido de los que peor han contenido la pandemia.