Soy de lágrima fácil y me emociono con facilidad. Si además me encierran más de mes y medio mientras fuera hay un virus mortal arrasando con todo, difícil consolarme. Ayer lloré, sí, pero de felicidad, al ver a los niños jugando en su primer día de salida desde que se decretó el estado de alarma en mi país el pasado 14 de marzo. Y al sentir de nuevo con las risas y gritos de los más pequeños el latido de mi ciudad, atisbé a vislumbrar el fin de esta pesadilla que antes ni lograba imaginar.

Fotos de ayer hay muchas, todas entrañables y emocionantes, pero si tengo que elegir una me quedo con la de todos esos nietos que se acercaron a casa de los abuelos para saludarlos desde la distancia. Porque para poder abrazarlos todavía queda un trecho largo. Y sí, claro que hubo padres que no respetaron las indicaciones del Gobierno y tuvieron conductas reprochables, pero fueron muchos más los que se portaron bien y su comportamiento merece un aplauso. En cualquier caso, desde el ministerio del Interior han asegurado que la jornada se desarrolló «sin incumplimientos graves o generalizados», pero han advertido: «Cuando se reciban los datos se podrá hacer un estudio detallado y si resulta necesario reforzaremos la vigilancia en zonas puntuales».

Estar encerrados en casa ha sido muy difícil, pero empezar a salir puede ser mucho más complicado. No hay policía suficiente para controlar a 47 millones de españoles, así que nosotros, y solo nosotros, seremos nuestros propios vigilantes. Si no cumplimos con los códigos de responsabilidad necesarios tiraremos a la basura todo el camino andado para volver a la casilla de salida. Y de eso no se trata con lo que nos está costando.

Un estudiante preguntó a Margaret Mead qué consideraba como el primer signo de civilización en una cultura: «Un fémur roto que ha curado, evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha atado su herida, lo ha puesto a salvo y se ha ocupado de su recuperación. Ayudar a otra persona a través de la dificultad es donde empieza la civilización», respondió la antropóloga. Estamos en nuestro mejor momento cuando nos ponemos a disposición de los demás y durante esta pandemia este servicio pasa por muchas cosas, también por ser responsables y pensar en el otro.

Albert Espinosa es escritor y director de cine. Ayer, en el vídeo que me envió mi amigo Esteban, me transmitió una maravillosa y necesaria enseñanza: «Vivir es aprender a perder lo que ganaste». Él, de los 14 a los 24 años, tuvo tres cánceres, pero no perdió una pierna, 'ganó' un muñón; no se quedó sin un pulmón, «aprendió que con la mitad de lo que tienes puedes vivir», y como el hígado se lo quitaron en forma de estrella pues «siempre digo que llevo un sheriff dentro de mí». Su padre, 'un italiano genial', como él lo llama, nunca dejó de recordarle que cuando creemos que conocemos todas las respuestas, llega el Universo y nos las cambia de cuajo. Así estamos, pero fuerza tenemos mucha para salir adelante.

Para terminar, una apuesta: los autocines, un recuerdo de otra época, antes con escasas posibilidades de competir con las salas de sillones acolchados y todo tipo de comodidades, ahora la mejor de las opciones para ver películas manteniendo las distancias.

Os quiero. Cuidaos.