No puedo imaginar, ni por asomo, lo que pasa por la mente de las personas que tienen algún tipo de responsabilidad a la hora de adoptar decisiones, en el grado que sean, en estas semanas de pandemia. Ni las más visibles, como los ministros y ministras, presidentas y presidentes autonómicos, miembros del comité técnico o los altos mandos de la Policía, Guardia Civil y del Ejército. Tampoco a quienes están menos expuestas en las ruedas de prensa de la Moncloa y los sucesivos Gobiernos autonómicos.

Entre estas últimas imagino a las que asesoran en materia epidemiológica, de salud pública, de logística, económica o laboral acerca de las consecuencias de la crisis sanitaria. Espero que les haya servido su formación en competencias directivas, en especial de liderazgo, que habrán tenido que aplicar a marchas forzadas. A todas ellas se les supone unas condiciones innatas que, junto a otras más trabajadas, les facilitan tomar una decisión u otra en medio de un clima de tensión al límite, como han sido buena parte de las jornadas que llevamos desde comienzos de marzo.

Decidir se extiende, en forma de pirámide (o incluso de trapecio), a los diferentes ámbitos de la vida afectados por una situación tan excepcional como la que vivimos. Optar por una posición u otra está a la orden de cada día, y no nos libramos ni los que creemos estar ubicados en la parte inferior de esa escala, en la base. Aquí las soluciones adoptadas nos afectan a todos. Sea cual sea el papel que nos haya tocado interpretar en esta obra de teatro de la realidad pandémica que vivimos a diario.

De ahí que tratar de eludir cualquier tipo de responsabilidad, sea directa o indirecta, es una respuesta atribuible a la catadura moral y personal que el respetable en cuestión tiene ante lo que está cayendo. Quien esgrime siempre palabras de reproche, de crítica sin más, de descalificación y de odio, debe de hacérselo mirar, porque quizá todo ello responda a la bajeza ética sobre la que ha sustentado su vida.

De igual forma, quien desatienda las críticas o las propuestas diferentes a las suyas, las ignore o las acoja simplemente como regaños sin más, tampoco estará demostrando su apertura a reconocer que es humano y, como tal, puede equivocarse y rectificar.

De ahí lo grande que es quien es capaz de mostrarse abierto a no ser el dueño de la verdad. Como también el que se viste por los pies al asumir que pueden ser otros los que lo hagan bien, y se le otorgue el beneficio de la duda para desempeñar el papel que le haya tocado.

Espero que tengamos tiempo suficiente para revisar cómo ha interpretado cada uno su personaje en esta serie distópica que arrancó el segundo fin de semana de marzo. Desde el Gobierno a la oposición, desde quienes toman decisiones en el plano sanitario al del transporte, el orden público, la movilidad, la educación a los agentes sociales.

También las disposiciones más cotidianas, las que tomamos en casa, al salir a la compra, respetar el confinamiento, atender a nuestros mayores, transmitir el ejemplo a los más pequeños o ponernos en el lugar del otro, especialmente si lo está pasando mal o sus perspectivas son muy oscuras.

Por nadie pase, pero que al final pase por todos. Porque ninguno nos podemos quedar al margen.