La policía de la moral es repugnante. Lamento comenzar estas líneas con una afirmación negativa tan categórica, pero no creo que merezca mejor calificativo lo que lleva meses ocurriendo en los balcones y, ahora, en las redes sociales. Desde que se decretó el estado de alarma hay unos cuantos españoles que han decidido que, en ausencia de mejor entretenimiento, su objetivo vital es molestar. Salir al balcón a recriminar a todos aquellos que pasean por la calle que «con su actitud nos van a matar a todos», y denunciar a pleno pulmón que están contraviniendo la ley. Esos que desconocen que quizás los padres que llevan paseando desde el principio lo hacen porque tienen hijos con enfermedades psiquiátricas que fueron especialmente excepcionadas del decreto de confinamiento, o quizás que son padres solteros que no tienen con quién dejar a sus hijos mientras van a la farmacia.

Incluso puede darse el hipotético supuesto de que, efectivamente, sean una panda de aprovechados que estén contraviniendo las normas mientras el resto de españoles se desespera cuarenta días seguidos confinados en su domicilio. Pero incluso en el remoto caso de que estuviéramos ante sinvergüenzas, un ciudadano desde su terraza, ataviado con su mejor pijama y sus peores intenciones, no tiene ningún derecho a gritarle a otro sobre ley y moral.

Este dantesco espectáculo se replicó ayer en redes sociales ante la primera salida de niños. Ha habido literalmente cinco fotos y tres vídeos circulando de manera continua por todos los grupos de whatsapp habidos y por haber, y no digamos ya entre esas cuentas de Twitter que hace apenas unas semanas eran sologripistas (ya saben, los de que el coronavirus mata menos que el machismo y esto del Covid es un resfriado menos molesto que la alergia primaveral). Los del puerto de Barcelona, los jardines del Turia de Valencia, los niños jugando al fútbol y una gran avenida de tiendas de otra capital de provincia. Fotografías en perspectiva para simular una avalancha de personas que, pese a ser muchas, ni se están estornudando entre sí ni se están saltando ninguna norma que haya dictado el Gobierno hasta la fecha.

En España vivimos el confinamiento más restrictivo de Europa. En la vecina Francia los niños salen a pasear y a jugar desde el primer día, en Alemania se organizan hasta conciertos callejeros, y en Holanda ni siquiera han cerrado las tiendas. Sus índices de contagio, como todos ustedes saben, son infinitamente menores a los de España.

Tenemos una ratio de contagios, hospitalización y fallecimientos muy inferior a la del pico de la pandemia. Nuestra sanidad ha sobrevivido al peor momento y los españoles hemos hecho lo que tocaba.

Pero si seguimos alargando el confinamiento más restrictivo sin explicación sanitaria que lo sostenga, no habrá forma humana de que nos recuperemos económicamente de la desgracia financiera que aún está por llegar. Y en el Gobierno de los gestos que ciudadanos hiperventilados jueguen a ser sanitarios, especialistas, virólogos, policías y jueces de la moral capaces de dictaminar cuándo y cómo debemos volver atrás; es la peor de las noticias para que llegue el día en el que veamos esta experiencia como parte del pasado.

Por ahora, esperemos que en lo sucesivo nos calmemos. O, al menos, que dejemos de molestar.