El pasado domingo esperaba en mi terraza, un tanto expectante, el paso de mis pequeños vecinos. Vivo en un barrio en que abundan los matrimonios jóvenes y como consecuencia de ello la población infantil y juvenil pone una nota de alegría en las calles.

Y comencé a ver el desfile. Y no, no marchaba un solo miembro adulto de la familia con los pequeños. Padre y madre, como si fuese un domingo normal, les acompañaban. Y no, no llevaban mascarillas, ni guantes, ni nada que pudiera protegerles del coronavirus. Y no, no iba cada familia por una acera y se saludaban en la distancia. No, como la calle estaba desierta de coches era enmedio de ella donde se juntaban todos, los adultos y niños, mientras éstos jugaban juntos. Nada de guardar la distancia social que marca el protocolo, los padres comentaban alegremente las incidencias vividas durante estas semanas de reclusión que todos estamos padeciendo.

Estupefacta, continué en la terraza durante un tiempo, viendo el espectáculo de asueto colectivo de jóvenes papás y mamás y niños en libertad, y como creí ver entre ese grupo a un vecino, que a la hora de los aplausos siempre lanza estentóreos gritos de Arriba España y Viva la Guardia Civil (ante el absoluto silencio del resto de los vecinos) no pude por menos de pensar en el patriotismo de pacotilla que algunos llevan dentro.

Porque imagino que ser patriota no tendrá nada que ver con gritar un arcaico Arriba España. Ser patriota ha de tener más que ver con los valores que seamos capaces de transmitir como ciudadanos, con nuestro trabajo, con nuestra conducta familiar y social, con nuestros modales y, por supuesto, con nuestro respeto a las normas que, pongamos por caso una pandemia, obliga a imponer al Gobierno de turno, sea del signo que sea, para intentar salir de este pozo en el que nos encontramos, y en el que todos tenemos una responsabilidad para salir.

Yo les observaba desde mi terraza e iba sintiendo una creciente indignación, porque me parecía increíble que estuviesen actuando con tanta inconsciencia, con tamaña irresponsabilidad.

Incapaz de aguantar más el espectáculo, me metí en casa y me dispuse a ver y escuchar los informativos. Y una vez más, se ponía de manifiesto cómo cada partido político va por su lado, no importando el momento que esté viviendo el país; aquí, todo es pensar en rédito electoral y partidista, y poco en el bien colectivo.

Por ejemplo, Torra: mientras habla de recuperar competencias, mientras despotrica contra el Gobierno central no tiene que dar explicaciones por su incompetencia (nunca Cataluña fue gobernada por alguien tan incapaz).

El lehendakari Urkullu olvida su natural prudencia para entrar en el mismo juego de petición de recuperar competencias sanitarias, porque las elecciones están a la vuelta de la esquina.

Díaz Ayuso, en Madrid, continúa tan inconsistente como siempre, y como siempre también, cae en la descortesía, rayana en la mala educación, en las reuniones con otros presidentes.

Y el presidente de Murcia, López Miras, pregona y pregona para demostrar su eficiencia, diciendo las más variadas naderías.

Es decir, todos a una defendiendo sus parcelitas y sin ser conscientes de que este país, como tantos otros, está sufriendo una pandemia como hace cien años que no sucedía.

Todo este despropósito me ha llevado a documentarme sobre la llamada gripe española y, entre otras cosas, compruebo que provocó, en 1918, 13.000 muertos en Filadelfia, EE UU, cuando, al parecer, la población, haciendo caso omiso de los consejos de mantenerse en sus casas, salió a las calles a aplaudir un desfile militar en contra de esos consejos, lo que provocó que, cuatro días después todas las camas de los 32 hospitales de esa ciudad estuvieran colapsadas, y más de 4.000 personas murieran en pocos días.

Alguna moraleja deberíamos de sacar de esto.