Gris perla, de las antiguas, marca española. Con manillar alto y cesta para la compra. Así es mi bici, que duerme desde hace años dentro de una enorme caja de cartón en el garaje de casa de mis padres. Cuando vivía en Murcia iba con ella a todas partes; en Bogotá tuve una parecida, pero en Santa Marta me tocó guardarla; desde donde vivía al centro de la ciudad hay un buen trecho de montaña y a ver quién es el valiente que se atreve a pedalear cuesta arriba con los cuarenta grados que caen allí todo el año.

Strade aperte. Este es el nombre del nuevo plan de movilidad que Milán, una de las ciudades de Italia más castigadas por el coronavirus, pondrá en marcha para reducir el transporte público y privado con 35 nuevos kilómetros de carriles bici y otras tantas áreas peatonales. En Madrid, de acuerdo con las medidas de distancia social decretadas por Sanidad, solo tres de cada diez viajeros podrán usar el transporte público, así que al resto le tocará ir a pie o en bicicleta en el caso de los desplazamientos cortos y en coche para los largos. Teresa Ribera, vicepresidenta cuarta y ministra para la Transición Ecológica, lo tiene claro: «Cuando volvamos a salir a la calle, habrá cautela ciudadana a la hora de utilizar los medios de transporte colectivos, a pesar de que estén desinfectados e higienizados. Por ello, destinar en estas semanas un mayor espacio para que puedan circular las bicis y acondicionar las calles a su uso es una buena opción». Este es uno de los caminos y lo aplaudo.

Olga Tokarczuk escribe en El País: «El virus nos ha recordado lo que tan apasionadamente negábamos: que somos seres frágiles hechos de la materia más delicada. Que morimos, que somos mortales». Y tan mortales: a día de hoy el coronavirus ha matado a más de 200.000 personas y hay casi tres millones de personas infectadas. Mientras se acusa a China de haber ocultado la gravedad de la amenaza y se pide a gritos una investigación sobre su responsabilidad en la pandemia, el mundo mira con envidia a Alemania. Yo también, porque qué bien lo ha hecho la señora Merkel; la cifra de muertos, muy inferior a la de otros grandes países, la avalan y eso que nunca han estado totalmente confinados. ¿El secreto? Supongo que han tenido que ver muchos factores, pero para mí uno ha sido vital: desde el principio la canciller fue con la verdad por delante y dejó claro que el virus afectaría al 70% de la población que rápidamente entendió que la amenaza era seria y en todo momento mantuvo la distancia de seguridad, evitando en gran medida los contagios. En España, si hubiera sido así, otro gallo hubiera cantado, pero desde el Gobierno nos aseguraron que no tendríamos «más allá de algún caso diagnosticado». A día de hoy en mi país hay 23.190 muertos y 207.634 personas infectadas.

Mi padre me envía una foto de una de mis sobrinas más pequeñas preparada con su mascarilla de Mickey Mouse para salir a la calle. Hoy por fin, tras 42 días de confinamiento, los niños españoles menores de 14 años pueden dar un paseo de máximo una hora y a no más de un kilómetro de casa. Qué bien lo habéis hecho todos estos días, bravo campeones, para vosotros el aplauso de más tarde.

Mi total apoyo para las compañías de viajes españolas que proponen que las administraciones regalen estancias de varios días a los profesionales sanitarios. Un ruego al Gobierno: por favor no hablen más de una "nueva normalidad"; normal, desgraciadamente y en mucho tiempo, no va a volver a ser nada.

Y gracias a la prensa que ha encontrado un nombre para mi melena de leona y mis canas: 'Pelodrama'.

Os quiero. Cuidaos.