Papá, esta batalla no la has ganado. No has vuelto a renacer y no habrá aplausos en los pasillos del hospital por vencer al coronavirus. No, todo eso no ha pasado.

Cuando empezó esta pandemia escuchaba tras el teléfono 112 los miedos, los llantos, las angustias y los síntomas de cada paciente con posible Covid-19 y los que no. A mis compañeros y a mí se nos encoge el corazón, pero tenemos que seguir. Otra llamada, luego otra llamada y cada vez más seguidas. Se pone rojo el indicador de llamadas en espera, porque no damos abasto a pesar de los refuerzos. Cada llamada tiene su historia, pero no era mi miedo, hasta que llegó el día en que me tocó sentir mi propio miedo.

El 31 de marzo, después de tres semanas sin verte, la ambulancia vino a por ti y fue cuando después de tantos días te vi. Pálido, sin fuerza, y con esa mirada tuya hacia mí, que nunca sabré si fue de sorpresa o de no reconocerme.

El pronóstico: 'Estado grave' y 'posible paciente covid-19'. Te llevaron a la UCI del Hospital Virgen de la Arrixaca, entubado y sedado. Toqué la puerta de la ambulancia porque no te podía tocar a ti, y sentí que era la última vez que te veía.

Se confirmó el positivo, y durante los seis días que estuviste en la UCI solo recibía una llamada al día. Una doctora me informaba de tu estado con mucho tacto y cariño. Un día había una pequeña mejoría y al siguiente dabas un paso atrás. Te imaginaba solo en esa habitación tan fría, y al mismo tiempo pensaba en cómo se preocupaban los sanitarios por ti, confiando en que te estuvieran dando la fuerza que yo no te podía dar.

Pero no pudo ser. El 6 de abril recibí la llamada que no quería recibir. Tartamudeó la doctora y no hubo nada más que añadir. "El corazón no lo ha soportado". El mío tampoco, papá. Mi corazón se rompió y te has llevado parte de mí contigo.

No sé si puedo llamarlo suerte, pero me dejaron despedirme de ti. Detrás de un cristal te vi, aunque ya no estabas. Llevabas barba, papá, y yo nunca en mis 42 años te había visto con barba. Parecía que estabas durmiendo y estoy segura de que te fuiste todo recto al cielo. Igual que cuando vivíamos en Suiza y veníamos a España de vacaciones, y tu frase al subir al coche era "todo recto se va para España".

Todavía no podemos despedirnos de ti, ni mamá, ni tus nietos, ni tu yerno, ni tu hermana, ni tus sobrinas, ni tus amigos€ Es como si un agujero negro te hubiera tragado.

Cuando esto termine, mis primeros pasos serán para dirigirme al cementerio, porque aún no sé dónde descansas. Solo sé que reposas junto a los que querías: con tus padres y tu cuñado Antonio.

Se han perdido mis besos, mis abrazos hacia ti€ ¡Cómo me duele!

Adiós, papá. Cuídanos, estés donde estés, porque yo no pude cuidarte a ti.