Llevo 49 días en casa, en Madrid, en el vórtice del mal como yo lo llamo, estos días de pesadilla, donde parece que todo duele un poquito más; estés donde estés, duele. Siento como si tuviera una gran resaca o estuviera en el final de una noche de borrachera donde todo es difuso y la realidad se confunde con el delirio. Aunque, por desgracia, en este caso todo es real. Me aterra pensar en acostumbrarme al horror y más aún me aterra pensar en quien ya lo ha hecho y solo piensa en su ombligo sin tomar conciencia.

No veo la calle, ni personas andando, ni coches, sólo vidas en algunas ventanas y, sobre todo, muchos tejados.

Tengo un casero al que beatificaré cuando salgamos de esta por cómo se está portando conmigo por muchas razones; entre tanto hijo de puta hay gente buena y, qué quieren que les diga, esto es algo que reconforta. Hace unas semanas me llamó para hacerme un gran regalo: « Belén, sal por la ventana de arriba [mi casa tiene dos alturas], no tengas miedo, las tejas están fijas, y siéntate a disfrutar del aire y las vistas»? Muchos de ustedes las han visto (las vistas) por redes; semejante regalo se comparte, pero les aseguro que la foto solo muestra un poquito de la burrada que es, ojalá pudieran ver lo que yo veo. Una foto, y más hecha con un móvil, no capta la belleza de lo que mis ojos están intentando guardar para siempre en mi cabeza, porque esa imagen es una de las que no quiero que se me olvide cuando todo esto pase.

La memoria es selectiva y se lo agradezco, créanme. Muchas cosas es mejor olvidarlas o guardarlas en ese lado del cerebro donde no molesten, pero estos atardeceres quiero recordarlos para siempre.

Quiero recordar que por las tardes cuando hacía sol subía al tejado porque el mundo se paró, el aire me daba en la cara y la sensación de libertad durante un rato es real. Quiero recordar todo lo que pienso mientras miro al frente, preguntándome qué va a pasar cuando todo acabe. Quiero recordar las golondrinas, que antes no captaban mi atención y ahora me hipnotizan, que conste que no soy nada de pájaros en general, pero ahora me atrapa mirarlas, hay un montón en Antón Martín, mi barrio. El barrio que cita Sabina: «Sólo en Antón Martín hay más bares que en toda Noruega», y le doy las gracias a Javi por esta cita que desconocía y que reafirma por qué no fue al azar venirme aquí cuando recogí mis cosas y me marché de Murcia.

Parece que ha pasado una vida de todo, imagino que a ustedes también les pasa, la rutina, la vida de antes, el día a día: coger el metro, tomarme una cerveza en el Pavón, ir a currar o quedar con Rodrigo y Javi en la Taberna del Loco Antonelli para disfrutar del mejor ceviche que he probado en tiempo, quedar con Bea para dar un paseo por el Retiro. Todo parece que sucedió hace demasiado tiempo y tan solo llevo en la capital siete meses, y dos de ellos en casa y en el tejado.

Me vine convencida y feliz, pero en estos momentos, en los que estás sola y lejos, la morriña sale a pasear.

Me encantaría estar con Carlos en la pastelería Bonache tomándome un pastelico de ternera especial, salir a regar el pastel a la esquina del Huésped o escuchando los gritos de Pedro al entrar en la Taberna Luis de Rosario mientras me da un quinto de Estrella helado, y Luis me dice que cada día llego más tarde y que es hora de cerrar. O con mis hermanos favoritos, Salva y Jose, de la Cervecería Salzillo en la plaza de San Agustín, y sus almejas con ritual incluído, o los binladen, esos bocadillicos que ahora en mi cabeza saben a manjar. Un vermú preparado en La Bien Pagá y David siempre sorprendiéndome con vinos desconocidos, pero a la vez deliciosos, sin olvidar su croquetón de gallina, o pasar a comerme a besos a la familia Muñoz del Restaurante Alborada, que me cuidan como a una hija. Subirme con Kuki al Valle a ponernos al sol y hablar hasta que atardece, beber cerveza y comer lo que Pepe nos ponga en su kiosco. La vida son los detalles, en ellos cabe una vida, la mía, por ejemplo, como dice un buen amigo.

Dicen que no sabes lo que quieres a alguien hasta que lo pierdes; en este caso no es que lo hayamos perdido, pero creo que en cierto modo algo de todo lo que queremos no volverá tal y como era, y no vean como me jode. No soy catastrofista, créanme, pero me sorprende que aún mucha gente se sorprenda de la cancelación de los sanfermines o las verbenas y eventos multitudinarios en Madrid; la realidad es esta, cuanto antes la asumamos, mejor, de verdad. No voy hablar de los festivales de música de este verano, no quiero amargarle el domingo a nadie, pero ánimo a los premiados que no se esperan las cancelaciones.

Por el momento, es domingo y han pasado cuarenta y muchos días y los niños pueden salir a la calle, ojalá sus padres o personas responsables a su cargo sean conscientes de que esto no consiste en salir con la maraca 'a pajera abierta, como se dice en Murcia. Seamos prudentes, responsables y si lo que nos viene por delante lo hacemos bien, todo será mejor para todos.

Ya que nuestra clase política sigue a lo suyo, peleando por quién hace más el ridículo con la foto más intensa utilizando el dolor, un presidente autonómico se sube el sueldo para equipararse a dos consejeras con sueldos obscenos por no renunciar a sus actas de diputadas (qué poca clase y qué poca 'altura de Miras'). Un partido que no quiere que veamos a las víctimas como números, pero son capaces de comparar esta pandemia con cinco 11M; otros se pasan comunicando y dan ruedas de prensa innecesarias que nadie entiende. Total, que parece que ninguno está por la labor de ponerse a trabajar, y qué quieren que les diga, mientras ellos siguen a lo suyo, ahora toca que cada uno de nosotros esté a la altura cuando nos toque calentar por la banda para salir.

Los primeros, los niños, disfruten del momento, de sus caras, seguro que será impagable, ojalá llueva en Murcia y Martín pueda cruzar a saltar su charco favorito en el Auditorio Víctor Villegas. Al resto ya nos tocará, la vida es frágil; lo más importante, no impaciengtarse, pues podemos cometer fallos y ser peor la recaída. Son momentos delicados, nadie dijo que fuera fácil, pero estoy convencida de que lo conseguiremos. Mientras llega mi momento (ya les adelanto que todavía me queda; después les contaré por qué, me acuerdo de todos y pienso en que ojalá estuvieran conmigo en el tejado. No dejen de cuidarse.