Mira que tiene bemoles la cosa. Toda la vida viviendo en el contexto de las amenazas de un bloque político y económico contra el otro, de una hecatombe mundial con el escenario de una guerra nuclear, y ha tenido que venir un ser microscópico, un bichito invisible, para alterarnos la vida a los seres humanos del planeta. A estas alturas parece una obviedad lo que estoy señalando, pero resulta que la gravísima amenaza para la especie humana la hemos de combatir con vida monacal: recogimiento, distanciamiento físico, vida esencial, hábitos de vida sana e higiene de manos. Paradojas del destino. En fin, una experiencia social inédita para nuestra época y que un amigo, Carlos García de Andoin, se ha encargado de poner sobre el tapete estos días.

Otra de las obviedades que estamos constatando a golpe de realidad es que, en condiciones de excepcionalidad, nuestra sociedad no puede prescindir de limpiadoras, basureros, cajeras, conductores de reparto€ Trabajadoras y trabajadores, en su mayoría no cualificados, a los que reconocemos con nuestros aplausos cada tarde junto al personal sanitario. Pero, además de ese particular homenaje diario, aquellos se merecen salarios y condiciones de trabajo dignas. Necesitan una reforma laboral que les aporte poder de negociación. Que al deterioro de sus condiciones de trabajo no agrave su situación para poder reclamar lo que en justicia pertenece a cualquiera que vende su fuerza.

Aquí volvemos a otra de esas lecciones que la pandemia nos está mostrando estos días: la importancia de recuperar el valor del trabajo en sí. Ya sea el de los oficios manuales como el de los técnicos. Unos y otros son imprescindibles, y no es momento para establecer jerarquías o separaciones sin sentido. Una buena parte de los primeros son, lamentablemente, esos de baja cualificación, pero tan vitales como los constatamos cuando vamos a la tienda, al supermercado, o salimos con excepcionalidad a la calle y comprobamos la limpieza o el estado de las infraestructuras. Los segundos son, además de los que están en primera línea del frente sanitario, los que tratarán de encontrar la vacuna que combata al virus y seguirán con las investigaciones para estar preparados ante futuros retos víricos y bacteriológicos. Oficios manuales, con el aporte de los técnicos, que han sido capaces de fabricar mascarillas de casi la nada para salvar vidas.

En cuanto a los profesionales sanitarios, es verdad que son los que han tenido que librar la primera batalla y más visible contra los efectos del virus. La de atender a las personas enfermas en un contexto para el que no estábamos preparados y con recursos limitados. Ellos han establecido prioridades, han probado remedios y han adoptado decisiones apuradas. Lo han hecho y siguen haciéndolo con entrega, riesgo y lucha. Pero me consta que esta experiencia les ha aportado un plus de salario emocional que no es otro que un reencuentro sincero con el sentido vocacional y social de su trabajo, que no es otro que el de curar, cuidar y salvar vidas. Muchos han tenido que pagar con las suyas y ese esfuerzo difícilmente podrá ser recompensado de forma material.

En definitiva, recuperar el valor y el sentido de trabajo humano siempre nos hace mejores. Nos permite reconciliarnos con una dimensión que, en ocasiones permanece minusvalorada cuando no oculta, frente a la otra herramienta de producción: el capital. El modo y prioridades de las relaciones que se establezcan entre ambas nos dirán cómo salimos de esta crisis.