Buena parte de la literatura de los años cuarenta se escribió durante un severo confinamiento. Fueron los campos de concentración, desde Auschwitz a Dachau, la mayor expresión de la miseria humana, reduciendo la dignidad de los reclusos a un barracón y una cámara de gas. Pero aún así, la fuerza del testimonio personal se abrió paso, por encima de la barbarie. Obras como las de Primo Levi, Elie Wiesel, Imre Kertész o incluso Jorge Semprún tienen mucho que enseñarnos en nuestros días de cuarentena.

Sobre todo, a situarnos en la historia. No estamos viviendo peor situación que aquellos años de la guerra. La comparación es obscena y desmedida. Pero no podemos negar que probablemente esta será la prueba más dura a la que se deba enfrentar buena parte de nuestra sociedad, entre ellos los más jóvenes. Acostumbrados a tenerlo todo, nos hemos creído inmortales. La historia era esa asignatura donde se enseñaban padecimientos ajenos que nuestro desarrollo y ciencia evitaría. Más allá de los libros, poco frecuentados, nuestras vidas parecían prediseñadas de antemano, sin guerras, sin epidemias y sin carestías. Pero en dos meses hemos tomado conciencia a pasos agigantados de que somos parte de una historia, y como tal, candidatos a sufrirla.

Pocos de mis alumnos se interesaban por el Diario de Ana Frank antes del virus. A pesar de compartir edad con la narradora, su testimonio les parecía lejano. Incluso irreal, me llegaron a argumentar en un comentario de texto. Ana Frank fue una de las cientos de miles de personas que tuvieron que esconderse de la barbarie nazi durante los años de la guerra. Las ciudades europeas se llenaron de agujeros donde familias enteras se sepultaban en vida. Nuestra protagonista pasó dos años y medio en una falsa habitación junto a siete personas más. No deja de ser irónico que una biblioteca los separase del mundo exterior. Allí escribió la niña su diario. Moriría en Bergen-Belsen en un mes indeterminado del año 45.

El testimonio de Ana Frank tiene mucho que enseñarnos. Es un libro que individualiza el dolor y la tragedia de unos años infames. Pero también es la confesión de una niña atrapada. El confinamiento la protege del mundo, que se ha vuelto peligroso, y su diario combate el miedo y el tedio. En sus pensamientos hay mucho con lo que encontrarnos en lo periódicos de hoy en día. Es probable que después de esta experiencia nada vuelva a ser lo que era. La pandemia nos ha situado de lleno en la historia. Ahora sabemos que también nosotros somos frágiles y estamos expuestos a las desgracias. Pero hasta en los peores momentos el ser humano ha sacado fuerzas para expresarse y dejar su testimonio. Ana Frank ahora sí les hablará a mis alumnos como en un susurro. Este confinamiento está convirtiendo en humana una sociedad que ya se veía el destello de los dioses.