Entiendo que el Gobierno no lo ha hecho a propósito, pero menudo día de dimes y diretes acerca de la salida a la calle de los niños y niñas a partir del próximo domingo. Que no haya habido intencionalidad en marear la perdiz y generar más alarma y confusión de la que ya padecemos, porque por norma no suelo pensar mal acerca de las decisiones que toman quienes están al frente de instituciones destinadas al bien común. Tengo amigos que sostienen que soy demasiado bueno. Que la mala leche la contengo normalmente y que me cuesta encontrar ese doble fondo de armario que, al parecer, suele abundar entre el respetable y lo que este hace. Esto es, entre lo que se dice de boquilla y cómo realmente actúa la concurrencia. Por tanto, menudo día sobre si los niños podían acompañar a sus progenitores a supermercados y farmacias, mientras que no quedaba claro qué otro tipo de salida escalonada podían protagonizar los menores de 14 años. Una polémica más, y van muchas. Quizá demasiadas.

Esa mala fe tampoco se la achaco a quienes, por ejemplo, son responsables de la gestión y/o supervisión de las residencias de mayores, especialmente en la Comunidad de Madrid (pero no solo en ella), por el número tan elevado de ancianos que han fallecido a causa de la Covid-19. Por nadie pase, pero no creo que exista mente humana capaz de actuar conscientemente para que se produzcan muertes entre una población tan sensible como la de nuestros viejos y viejas. Sería reconocer que entre nosotros hay verdaderos defensores del darwinismo social llevado al máximo extremo para aniquilar a los más débiles, a estos descartados. Por cierto, ha muerto José María Calleja y me vienen a la memoria quienes se han jugado la vida frente al terrorismo en un clima de odio y enfrentamiento continuos.

Es verdad que en muchas ocasiones nuestra acción (y también nuestra omisión) tiene consecuencias que no somos capaces de medir a corto plazo. Que apostar por un tipo de política o de otra lleva consigo unos efectos determinados. Pero, piénselo y responda con sincerad: ¿alguien cree que un Gobierno quiere comprar material sanitario defectuoso para distribuirlo entre los profesionales que cuidan de la salud de la ciudadanía? ¿O que una consejería de Empleo se equivoca conscientemente al informar de que hay 22.000 expedientes de regulación temporal de empleo, los conocidos como ERTE, y descubre que en realidad hay 8.000 menos?

No se me pasa por la cabeza que exista una sola persona que sea insensible ante la muerte de 22.000 conciudadanos en las últimas seis semanas. Ni Gobierno, ni responsable político, ni profesional de cualquier sector€ No cabe en mi mente que alguien se pueda alegrar por ello o busque obtener réditos políticos, sociales o económicos. No, sinceramente, no. De ahí que tampoco entienda que se alimente la incertidumbre con falsedades, con deformaciones de la realidad, con ruido, con cizaña, con maledicencias, con dolor, con crispación, con mala leche, con odio€

Digo más. No concibo que tratemos siempre de echar la culpa a otro de lo que nos pasa. Que eludamos las responsabilidades de nuestros actos, de nuestras decisiones, de nuestras opciones en la vida. Que escapemos de reconocer dónde hemos puesto el centro que ha guiado nuestra existencia hasta ahora, y que tratemos de caer en un victimismo que no ayuda a mirar de frente la realidad y encararla con valentía. Para ello, ayuda la buena fe. Aunque venda poco en este tiempo de coronavirus.