Casi se nos pasa por alto que el mayor confinamiento de todos es un libro abierto. Encerrarse en una habitación llena de libros es menos doloroso porque permite al lector poder entablar conversaciones intensas con sus personajes, vivir situaciones que jamás hubiese pensando, viajar a mundos inexplorados. La lectura nos hace seguir los pasos de Marco Polo atravesando el Karakórum, escuchar el testimonio de un superviviente de Auschwitz o esperar en la estación de Amberes una cita que nunca soñamos tener. La lectura es soledad, pero rodeada de voces.

La literatura moderna nació en una biblioteca, pero no de una gran capital. Hablamos de Alonso Quijano, que se pasaba las noches «de claro en claro» leyendo, hasta que decidió vivir la vida de sus libros, y no la de un hidalgo de tercera atrapado en los muros de su casa. Salió al mundo con las armas que la lectura le había proporcionado e inventó un universo hecho a la medida de la caballería. Su huida es una victoria contra la mediocridad. Por eso el castigo sería tan cruel: el cura y el barbero le tapiaron su biblioteca y quemaron sus libros.

Pero este no será un artículo cursi que conciencie al lector sobre la necesidad de vivir rodeado de libros. Eso ya lo sabrá de sobra. Me detengo en el fuego y en los libros arrojados por la ventana, rociados de agua bendita como cuerpos endemoniados. ¿Cuántas librerías cerrarán tras este confinamiento? En estos días no hay mayor acto quijotesco que montar una librería. No merecían gigantes tan grandes en el camino.

Hoy es el Día del Libro, a pesar de todo. En aquel tiempo en el que éramos libres de virus y de hogares la gente solía salir a la calle a comprar flores y libros en Barcelona. Llenaba la Cuesta Moyano en Madrid. La Plaza Nueva en Sevilla y El Paseo de Alfonso X en Murcia. El 23 de abril siempre fue un día para lectores distantes. Hay mucha gente que abastece su librería en fechas puntuales. Abril y Navidad. Pero ver multitudes comprando libros es un bálsamo de Fierabrás en tiempos informáticos.

Como Don Quijote, en nuestro confinamiento diario nos reencontramos con libros que creíamos perdidos. Son aquellos que habíamos dejado a medias, en un otoño difícil. Al pasar por su título, volvíamos la vista con remordimiento. Ahora ya no tenemos excusa. Cuando todo esto pase, contaremos los libros leídos con cierto orgullo. No permitamos que cierren más librerías entonces. No pueden ganar el cura y el barbero.