Hablar de que haya algo bueno, con la que está cayendo, puede parecer atrevido. Sin embargo, y sin quitarle gravedad a lo que estamos viviendo, creo que el enfoque general que teníamos con respecto a nuestro modo de vida anterior al confinamiento ha cambiado mucho. Y eso que sólo ha pasado algo más de un mes.

Había una película de William Hurt sobre un médico soberbio e insoportable que caía gravemente enfermo, y entonces, a través de su experiencia como sufrido paciente y tragando con la medicina de su misma arrogancia cuando ejercía como médico, finalmente aprendía a bajarse los humos, y a ver el mundo y la vida con otros ojos.

Pero, claro, eso era era una película. En la vida real no sé si aprenderemos la lección, y sería una lástima, después de todo lo que está pasando. Por eso quiero recordar algunas cosas buenas que sólo hemos podido ver a través de los ojos de una sociedad en peligro. Algunas cosas que, si puede ser, nos deberíamos llevar puestas.

Una de esas cosas buenas ha sido nuestra reacción conjunta como sociedad. El último precedente de una pandemia así de grave fue la gripe de 1918. Y aunque se sabía que era altamente contagiosa y mortal ni se cerraron comercios ni paró la economía. Mucho menos se pensó en aislamiento ni en distancias de seguridad. Hombre, los que pudieron aislarse sí que lo hicieron. Y como entonces todavía había pobres-pobres y ricos-ricos... A ver si adivinas quiénes fueron los que cayeron como moscas. Pues en contraste con aquello, la reacción de la sociedad actual ha sido no dejar a nadie atrás. Se ha tenido la conciencia social de que lo que hacemos influye en los demás, y de que puede influir para bien. Nos hemos dado cuenta de que algunos trabajos son esenciales aunque eran invisibles, algunos encima mal pagados, como las cajeras o las limpiadoras. Y hemos visto una faceta heroica y desconocida en el gremio sanitario, 'los kamikazes de Ifema' les ha llamado el New York Times. En mi opinión, gran parte del cambio de enfoque ha residido en ver que, como sociedad, dependemos más de hormigas trabajadoras que de gigantes poderosos.

En relación con lo anterior, ha cambiado el concepto de solidaridad: ya no pivota en torno a la caridad voluntaria. Ahora es una obligación moral que recae sobre todos, en el convencimiento de que los problemas del vecino no nos pueden resultar ajenos, y que cada persona que integra la sociedad merece atención. Que cada vida tiene valor. En ese sentido, ha habido numerosas muestras de solidaridad vecinal, con gestos que los medios de comunicación se han encargado de enseñar hasta en la sopa, pero que son ejemplo de que en el confinamiento la gente no quiere estar enganchada a series de Netflix, aislada en su casa. Quiere acercarse al vecino de al lado, en esta época que llamaban de la individualidad. Como sociedad, nos hemos dado una lección de solidaridad. Y de eso debemos estar orgullosos.

Todo esto no podía ser de otra manera, cuando el varazo que hemos recibido, el que nos ha hecho reaccionar, ha sido la visión horrenda de cómo la muerte se ha llevado de forma cruel a nuestros mayores, toda esa generación que levantó este país con el sudor de su frente. Eso nos ha impactado a todos, y creo que no lo olvidaremos nunca.

Además está el comportamiento extremadamente cívico y disciplinado de la población durante el confinamiento. Increíble. En el caso de las familias, se ha recuperado el rol más auténtico de papá y mamá. Porque ha habido que tomar decisiones, no drásticas, pero sí logísticas, para organizar tiempos y espacios, asignar encargos domésticos, porque si no, no se da abasto, y explicar esta situación extraña e incierta. No siempre ha sido fácil. Nos hemos convertido en capitanes en la incertidumbre, y eso al final da galones.

Por último, está el poder de haber visto la Tierra con los ojos de la Tierra. A mí me gusta pensar que la estamos viendo con los ojos de Dios, tal y como era todo al principio, en paz y equilibrio, con animales libres, como esos caballos salvajes que galopaban por Sierra Nevada. Con ríos y nubes limpios. Ver que el planeta sigue su marcha sin nosotros, incluso mejor, y que en apenas un mes se ha sacudido toda la porquería humana, es algo de lo que deberíamos tomar nota. Se nos está dando la oportunidad de ver cómo sería el mundo sin la presencia del hombre, como fue durante miles de años.

Esta pandemia nos ha hecho ver todo lo bueno de lo que somos capaces, y un poco de lo que hemos hecho mal. Cuando esto termine, ojalá veamos todo con otros ojos. Y recomencemos.