La mayoría de los políticos no cuestiona las repercusiones morales, económicas, políticas y sociales de sus acciones: al contrario, prefieren seguir con sus relatos y difundir las consignas de sus programas políticos. Un error grave porque cuestionarse es imprescindible en una sociedad que precisa un cambio. Al no hacerlo se enredan en justificaciones extrañas, en lugar de asumir la necesidad de cambiar en la vida, en los Gobiernos, en la política, en la economía y en las formas de contribuir y redistribuir. Evitan asumir que después del confinamiento nada será lo mismo, pero cuanto antes lo hagan con realismo mejor será la supervivencia.

Porque el desempleo, la inflación, la oferta y demanda, los mercados de futuros y tantas cosas se deciden sopesando sus costes, pero ¿sabemos lo que va a suponer a futuro? ¿podemos interpretar todas las acciones humanas en analogía con lo que pasa en los mercados? ¿resolveremos todos los problemas sociales con aportaciones económicas? ¿tendremos que simplificar la vida para hacerla más sencilla porque la complejidad nos arruina? ¿vamos a viajar menos? ¿vamos a realizar los encuentros preferentemente por vídeo-conferencia? ¿el turismo se va reducir a viajes muy ocasionales? ¿hacia dónde va evolucionar el papel del Estado? ¿ofreceremos gratuitamente nuestra privacidad para tener una mayor seguridad y garantías de salud?

Lo que nos acaba de pasar es casi increíble: que el Estado nos dijera que nos teníamos que quedar en casa y lo hiciéramos era impensable hace seis meses. Ahora nos hemos quedado y estamos diciendo que tenemos que usar mucha más tecnología para luchar contra el coronavirus, y de una manera más inteligente. Es decir, que el Estado va a saber dónde estamos en cada momento de nuestra vida para evitar estos contagios, por lo menos mientras esto dure.

¿Nos estarán sobornando por el miedo al contagio, para que entreguemos privacidad a cambio de recuperar la actividad económica y social? ¿Lo vamos a entregar gratuitamente sin exigir a cambio que cambién las relaciones entre el poder y la ciudadanía? Si lo vamos a hacer por el Bien Común de la Salud Pública, deberíamos poner, en el otro platillo de la balanza, más democracia y más control para que haya más transparencia del común.

El gran cambio es que la privacidad va a tener una dimensión completamente diferente. La gente va a estar dispuesta a abandonar muchas ideas clave a cambio de su seguridad. Es un cambio muy importante para la sociedad que tenemos, en la que los medios de comunicación están muy concentrados en manos de grupos que tienen un poder de presión muy fuerte, mientras que la ciudadanía se encuentra sin medios de expresión propios. Porque las redes no son todavía esa expresión y para colmo están muy contaminadas. Los espacios públicos como los centros culturales tienen una estructura presencial, y llevará su tiempo que hagan su transición a lo virtual. Y la brecha digital se tiene que resolver para que, al igual que la luz, el agua, la vivienda o la educación, Internet llegue a todos los rincones, y de forma gratuita para quienes no tengan medios: acceder es la condición para que todos puedan ejercer el derecho a saber y a estar informados, además de ser la vía para la educación y la cultura del futuro.

Nuestra economía, muy basada en el turismo, la hostelería, el ocio y el hábito de disfrutar en compañía, cambiará, y los incentivos de antaño ya no serán los del futuro. Ni podemos vivir bajo las amenazas de ser multado, porque si las multas se imponen como sistema se exigirá que se penalice todo, y ya podemos ir abriendo la lista de infracciones laborales, de seguridad, de incompatibilidades, de medio ambiente o urbanísticas: no podremos distinguir lo que es una sanción de lo que pueda ser una tarifa. Porque, como decíamos al principio, nos hemos olvidado de los problemas morales, políticos y sociales que el cambio que se avecina conlleva.

La Humanidad responde ante los retos de sus emergencias: en momentos de emergencia se construyen los buenos gobiernos, la gente participa, el vigor de la ciudadanía aumenta, el servicio público se hace común, el dinero ajusta su valor como medio en lugar de como fin, y los ciudadanos asumen los asuntos principales con vigor para que sus vidas y sus países no entren en declive. Porque para renovar nuestras vidas necesitaremos vivir con una nueva energía. ¿Es un sueño? ¿Lo veremos hecho realidad? Cuando despertemos de este confinamiento sabremos lo que es bueno. La esperanza es que la gente es lo mejor que tenemos, y como decía Rousseau, cuanto más se le exige más devoción siente por su país.