Mi brújula aún funciona, eso me ha tenido que bastar, aunque poco consuelo es que las polaridades terrestres se hayan mantenido fieles; como fieles han continuado el movimiento de los astros o las palpitaciones telúricas de las entrañas de la tierra que ahora, forzados al silencio y al toque de retreta como estamos, percibimos con mayor exactitud.

Si mi brújula aún funciona y veo salir el sol cada mañana, sé que detrás de la pared rocosa que se alza ante mí se esconde el mar tras una breve llanura. Reconozco la orografía de un relieve joven, sus perfiles agudos, sus cortados y los valles que se abren a sus pies. Los reconozco porque antaño los pisé. La juventud de la montaña me atrae hacia ella, pero aunque mis pies quieren ir una férrea ley me lo impide. Miro mi brújula, me consuelo porque más allá está la mar.

Hay un momento de flaqueza y la tristeza me nubla la vista, si frente a mí se abre el mar, aunque no lo vea porque me lo impide una montaña joven, detrás de mí, hacia el norte, se extiende una amplia meseta que no es sino la osamenta gastada y plana de un gigante rocoso largo tiempo muerto. Ya no pienso en los mares ni en los bosques ni en las montañas juveniles, sino en los páramos, en los llanos abiertos sin obstáculos a la vista y en la nada que todo lo envuelve, como si caminara sobre un esqueleto o sobre el caparazón de una tortuga anterior a los días del diluvio.

Es el momento más oscuro, lejos del mar entre dos montañas, una joven y otra muerta, confinado entre cuatro paredes que hacen las veces de sepulcro anticipado. Nada le importan la brújula ni los puntos cardinales a quien no puede caminar. Es otro valle al que desciendo, cuando de repente el ruido de una algarabía, silbidos y aleteos, penetra por el balcón, que por sorpresa alberga un nido de golondrinas.

Es la salvación que ha llegado, el ave viajera y libre, quizá venga de Egipto donde grandes paredes de piedra se preparaban para albergar a sus moradores toda la eternidad. Bienvenidas, golondrinas salvadoras, que traéis también el recuerdo de los cambios de estación, imágenes de los cambios de la vida; con vosotras vienen igualmente la añoranza de aquellas primeras golondrinas vistas en la infancia y de la libertad perdida.