Rememorando su última caricia más allá del círculo polar ártico, quiso recordar la primera, cerciorándose de que la llevaría en la piel junto a los rayos de sol que acumulaba su existencia. Amor incondicional de sus padres y un primer azote del personal sanitario al que ahora le perdonaba todo.

Remontándose a antes de que el hombre pisara la luna, se vio dando sus bamboleantes pasos en parvulitos agarrado de su primera amiga. Luego, pasó a los pies en un acto de la Semana Santa, inmediatamente anterior a su primera comunión en un barrio obrero de Madrid que lo abrazó tanto como el conjunto de sus familiares que le acompañaron. Era la primera fotografía que tenía en su mente con mayor festival de cariño y besos.

El choque de palmas con sus amigos fue interrumpido por el internado. Allá, entre pulsos con los religiosos, sólo le despertó del letargo los aplausos que, en tono bajo, profirieron algunos profesores a la muerte del dictador.

La adolescencia fue una sucesión de amores platónicos en cada estación, como las que recorría cada día en el metro, ahí sí muy juntos, hasta el instituto.

Su primera acampada con amigos le descubrió nuevas partes de otros cuerpos, que recorrió más allá de su mirada. Tras los revolcones compartidos en los parques de la Complu, los sudores y melés deportivos, llegó el apretón de manos de la licenciatura y de sus letrados trabajos.

El amor de su vida le colmó de carne compartida, de la que nacieron sus retoños. Gozo de nido familiar cual siameses al que los años unen más.

Como ley de vida, tuvo que despedir también con los besos más fríos.

Hoy, confinado, resguarda el calor de todos aquellos con los que ha tenido la alegría de vivir. Conformado por los abrazos y cariño de familiares y amigos allá en el pueblo, la ciudad, la playa y la montaña.

Pleno por haberle tocado esta época. Feliz por todos los que le han tocado€ y por aquellos que le esperan a la vuelta de la esquina para, muy juntos, llorar y sonreír por el reencuentro.