El caso de una cajera de un supermercado de Cartagena a quien los vecinos le dejaron una nota pidiéndole que se marchara del edificio por miedo a contagiarse del coronavirus ha dado la vuelta al país, tanto en las redes sociales como en los periódicos, radios y televisiones. Se trata de un episodio lamentable, denunciable y carente de la más mínima humanidad, porque bastante tiene la mujer con tener que jugarse el pellejo todos los días al acudir a su puesto de trabajo. Que digo yo que, si bien es su obligación, con la paranoia que nos están metiendo en el cuerpo no debe ser un plato de buen gusto despachar a un cliente tras otro. Porque por muy protegido que puedas ir, al mínimo descuido se puede uno infectar y entrar en la lotería de las oscuras estadísticas y porcentajes, que tanto nos deshumanizan y por las que llegamos a ver en un telediario titulares como el siguiente: «La mejor noticia es que hoy hay poco más de quinientos muertos». Espero que el presentador no se percatara de lo desacertado de la frase antes de pronunciarla. En fin.

Mi apoyo total a nuestra cajera cartagenera y a todos sus compañeros, de los que no siempre nos acordamos como un colectivo clave para mantener la esperanza de que saldremos de ésta. Es deleznable que alguien presione de ese modo a quienes están soportando en estos momentos una presión extra. Lo que se juegan es nada menos que su salud, pero también la nuestra.

Lo que no termino de entender es por qué este caso de la cajera de Cartagena ha cobrado tanto protagonismo, por qué se ha hecho tan viral y por qué la han entrevistado en distintos medios de comunicación. No es momento de centrarse en fronteras y separatismos, ni siquiera de quejarse porque sí de supuestas discriminaciones o chanzas hacia nuestra tierra. Ahora bien, los casos deleznables de vecinos insolidarios que dejan miserables notas a médicos, enfemeros y otros profesionales que lo están dando todo se propagan por todo el país y es el caso de Cartagena el que más ruido hace, lo que se une a otros episodios anteriores que nada tienen que ver con esta pandemia, pero que también han perjudicado el nombre de Cartagena.

De verdad que me siento bastante absurdo haciendo esta reflexión, cuando tenemos los 20.000 muertos, los oficiales, a la vuelta del fin de semana. Pero es que creo que no nos lo merecemos. O quizá sí.

No nos merecemos que por un insensato, un cateto y un adalid del egoísmo más mundano quede oculta la oleada de solidaridad de las instituciones, los trabajadores, los colectivos, las empresas y los ciudadanos de toda nuestra localidad. No nos merecemos que, en el resto del país, la única imagen que tengan de nuestra ardua, desinteresada y generosísima lucha contra el Covid-19 sea la de un ruin mensaje lanzado de forma cobarde por debajo de una puerta. No somos ejemplo de nada. O sí. En toda España se ha desatado una fiebre solidaria más potente que cualquier virus, pero tampoco somos menos que nadie. Y tal vez sí deban mirar la gestión que se está haciendo en Cartagena para paliar los efectos de esta tragedia sanitaria, económica y social que ocupará un capítulo destacado en nuestra historia. Empezando por un Gobierno unido y sin fisuras en el que sus tres integrantes tienen claro que lo primero son los ciudadanos y no sus cuitas ni diferencias.

Quizá algunos deberían copiarnos. Porque tampoco nos merecemos que, con las morgues de nuestro país repletas, parte del debate nacional sea si le rendimos luto o no. No merecemos que nuestro Gobierno central sea más protagonista por sembrar dudas sobre su unidad o por quién se cuelga las medallas que por su gestión, sobre la que más que dudas, son cada vez más las certezas de que se le acumulan lamentables errores, que no nos podemos permitir. Nos va la vida en ello. Y no es una frase hecha.

No nos merecemos una oposición que lleva un mes a verlas venir y que denuncia más veces que si me han llamado o me han dejado de llamar, de las que se preocupa por controlar y aportar soluciones.

¡Cuánta soberbia sobra y cuánta humildad falta en nuestra política nacional! Los juegos de tronos ya han terminado, esto ya no es ninguna partida de ajedrez donde cada uno mueve sus piezas. Dejen de hacer encuestas según su conveniencia para medir sus éxitos o fracasos. Dejen de contar votos, porque lo que nos está tocando ahora es contar muertos y está en sus manos que dejemos de hacerlo. Tienen la suerte de contar con un país en el que, por mucho que algunos extremistas se empeñen en alimentar a sus bandos, abundamos los ciudadanos de bien, a los que no nos preocupan sus siglas, sino que hagan todo lo posible para sobrevivir a esta epidemia, que nos ha dado un enemigo común que nos abre la puerta a unirnos para centrarnos en lo que más importa, en lo que importa de verdad. ¿A qué esperan? Por favor, no esperen otro mes. Se nos cae la casa encima, se nos caen los muertos encima.

Miren a Cartagena para denunciar a los insolidarios, a los miserables y a los aprovechados. Pero miren también a Cartagena para certificar que es posible aparcar las ideas cuando la ocasión lo requiere y para tirar de ideales, de valores humanos, que son los que nos mantendrán en pie. Llevan años, lustros, tal vez décadas, avergonzándonos y mancillando la ilustre vocación del servicio público, la noble labor de la política. Tienen una magnífica oportunidad de enmendarse, de lograr que confiemos de nuevo en nuestros mandatarios, de sumarse a este cambio de rumbo en la historia de la humanidad con las manos limpias, pero trabajadas. Tienen el poder de redimirse a ustedes y a quienes les sucedan.

Quizá ustedes puedan permitirse el lujo de esperar y verlas venir, pero hay millones de españoles con la vista puesta en sus manos que suplican para que les ayuden en esta catástrofe. No miren las cifras, ni jueguen ni nos toreen con los números. No miren las curvas, porque a los que han perdido a los suyos sin tan quisiera poder abrazarse entre ellos poco les importa si suben o si bajan. No miren a las cámaras para gustarse en discursos tan eternos como vacíos. Mírense a la cara, agachen la cabeza y pidan perdón. Después, vuelvan al azarla para mirarnos a nosotros y prometernos que todo esto se va a acabar. Que todo va a salir bien. Estamos deseando creerles. Necesitamos que ustedes también lo deseen. Créanselo.