Caminas con todas las cosas de la semana girando como partículas en el espacio a tu alrededor. El bullicio de la calle apenas te estorba, al contrario, se empieza a agradecer. Sigues una de las dos, tres o cuatro rutas que ya has hecho cientos de veces, serpenteando, casi sobrevolando la ciudad a unos centímetros del suelo, y notas como se te caen las escamas de plomo que te han ido atosigando los últimos días y cómo todas esas veces en las que has pensado lo que es verdaderamente importante en la vida eran una parte de una verdad gigantesca que vive en esos pequeños momentos.

Las luces de sol y sombra aúpan el espíritu con cada paso, con cada losa superada. Saludas y sonríes, y te sale algún comentario justo y adecuado para cada persona con la que te cruzas de igual a igual, en su misma ruta y diferente dirección. Ya percibes la rapidez mental que se genera cuando llega el momento, y se alejan esas partículas que te sobrevuelan. El móvil trae noticias del último minuto. El vórtice está tan cerca que puedes casi escuchar música. Vuelve el bullicio y resuena cuando gambeteas como Ramírez entre picoesquinas, árboles y decenas de personas y sigue brillando la luz del sol sobre adoquines, coches y ventanas. Si te cayera un balón en ese momento sabes que es jugada de gol.

Ya estás ahí. Ya ves el gesto de Chema. Esperanza, descanso, alivio, cercanía, confianza, hogar? como llegar a casa, o más? y buen humor a capazos justo en el momento en el que te sientas en el taburete junto a la barra. Ahí estás. Tú. Respondiendo a la primera sonrisa con una frase que, sea la que sea, es la más sincera que has dicho en días. La que te ajusticia contigo mismo y te da fuerzas para seguir. Y sólo es ese preciso momento. Ese justo instante. Casi te sientes desnudo. Se seca el sudor, el frío se convierte en calidez, la ciudad se desdobla y la surfeas, como el tiempo que no existe. Sin escamas de plomo. Sin vacíos en el estómago ni suspiros que valgan. Ahí está, una de las palancas más fuertes de la vida; y tu compadre te saluda con una sonrisa y te pone un bolito fresco y burbujeante, a la vez que te lanza un platico de hueva: El bar.

Aguantad, que no es que os echemos de menos. Es que sin vosotros esto no tiene sentido. ¿No estaríamos dispuestos a pagar dos cañas por una sólo por poder ir a nuestro bar ahora mismo? A la vuelta todo será diferente, dicen. No lo sé, pero lo dudo. Lo que sí sé es que os debemos unas cuantas cañas, amigos, Y volveremos. Vale.