De todas las historias que encuentro a lo largo del día, ayer me crucé con una difícil de olvidar. Se trataba de la madre un alumno. Me escribía un mail donde pedía ayuda. Empezaban a escasear los alimentos. Sin paro, sin subsidios, abandonados a su suerte, con tres hijos que alimentar y cuidar. Hacía semanas que no recibía noticias de las Administraciones públicas. El confinamiento ha congelado sus vidas. Ha detenido, como un reloj cansado, el transcurso de los días y de las noches.

Pienso en el infierno de muchas familias. La cuarentena impone una convivencia impostada, difícil de soportar. ¿Cómo deben ser los días de una mujer maltratada, humillada con la constante presencia de su agresor, compartiendo una cama, un baño, una cocina, a la par de los insultos y las vejaciones? ¿Cómo se convive con el hombre que te quita la vida, poco a poco, como un suspiro, hasta reconocer que no eres nadie sin él y que tu confinamiento, en realidad, es doble, es el tuyo y el suyo?

En la mayoría de los casos son dolores silenciados. Nuestros barrios están llenos de infiernos grandes. Lo escribió García Lorca, en La casa de Bernarda Alba, al hablar de una pandemia que todavía dura en el mundo. El drama empieza y acaba con la palabra silencio. Bernarda encierra a sus cinco hijas en una casa cuyas ventanas son infranqueables. Enterradas en vida, deberán convivir con los rencores, el odio fraternal y el anhelo de un mundo por descubrir más allá de las paredes de cal. El universo lorquiano se desmorona por las noches, cuando Pepe el Romano visita a Adela, aunque esté prometido con Angustias.

La tragedia inunda el hogar de Bernarda de la misma manera que arrastra a sus hijas hacia la locura. Adela huele a muerte desde el mismo momento en que se enfunda el vestido verde. El calor asfixia a unas mujeres que han nacido esclavas de las traiciones y cuya liberación se negocia en un mercado. Todo los elementos de la tragedia estallan, con la mejor escritura posible. Lorca es lírico y sentimiento trágico. Es duro y bello. El confinamiento de sus personajes no es el nuestro, pero sí el del vecino.

La España que hoy se encierra no es la de Lorca. Sería injusto tratar a nuestra sociedad de tal manera, y en muchas ocasiones se hace. Pero estos días también me acuerdo de todas esas mujeres que deben convivir en las mismas paredes blancas que sus maltratadores. Las Adelas que esperan, mirando por la ventana, el fin del confinamiento, el adiós de su condena. Y de todas las madres que solas deben alimentar a sus hijos, como si la vida siguiera igual. Y no, ya nada es igual.