Esta pandemia ha servido para hacernos preguntas sobre las posibles alternativas a la manera en que vivimos, no solo cada uno en sus relaciones personales sino también como colectividad. Todos hemos pensado que ha ocurrido lo peor en el peor momento. En política, la crisis ha resaltado algo que sospechábamos: la manera en que vivimos estaba promoviendo el ascenso a los puestos más altos de poder en el mundo de líderes narcisistas cuyos rasgos más peligrosos son la nula percepción de la realidad y su irresponsable gestión del tiempo. Como carecen de memoria del pasado inmediato pueden mentir sin el más mínimo escrúpulo. Como saben que no hay votos en el futuro tienen atrofiado el sentido de la anticipación. Entrenados para engrandecer su ego mediante gestos, símbolos y 'storytelling' de televisión, cuando ha llegado la hora de la verdad apenas tenían nada más que mentiras y soberbia.

Cada época tiene los líderes que se merece. Y más nos valdría hacernos merecedores del tipo de política que el mundo necesitará a partir de ahora. Porque si de algo podemos estar seguros es de que cuando salgamos de esta crisis, los desafíos seguirán siendo los mismos. David Rieff cree que «la pandemia no va a cambiar el mundo, va a acelerar lo que estaba pasando», es decir, extremismos, radicalización de las identidades nacionales, declive de Europa, hipervigilancia ciudadana, robotización deshumanizada. La duda está en si seremos capaces de inventar métodos e ideas diferentes a las que hasta ahora estábamos utilizando.

¿Hay tiempo para seguir inventando el futuro o estas ciudades desoladas son ya el futuro que nos esperaba? Es el momento de escuchar a los científicos, a los pensadores, a los poetas. Personas con experiencia y sabiduría que desde cualquier rincón del mundo nos muestren nuevos caminos. Una de esas voces se escuchaba en la Basílica de San Pedro. La homilía del padre Raniero Cantalamessa era un relato de esperanza que nos animaba a interpretar la catástrofe como la visión del «abismo que no vemos». El fraile predicador del Vaticano recurría a las palabras más antiguas para reescribir la profecía de paz universal de Isaías: «Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad".