Me pide mi colega Arturo Aguirre, de la Benemérita de Puebla, en México, una colaboración de setecientas cincuenta palabras para el proyecto International Pandemic Project (Pensar la pandemia), que aparece en inglés y en español y quiere una visión desde la otra orilla. En tiempos de confinamiento, colaboración.

Cuando aparecieron las primeras noticias de la pandemia, cierta incredulidad sentimos todos. Me refiero a Europa, principalmente en España. Eso son cosas que pasan en China, pero no aquí. Lentamente, la muerte se presentó en las casas, con 'pies de fieltro', dice Séneca. Nadie la vio llegar. Y la petulancia se tornó en miedo, incertidumbre y muerte.

Es cierto que no distingue de clases sociales, comunidades o territorios, ideología, lengua o religión. El coronavirus nos iguala a todos en su proceder. Confinamiento, constatación de que la industria farmacéutica nacional y nuestro gran sistema de salud estaban resentidos por la falta de presupuesto desde hace más de diez años, añadido a los experimentos que se hicieron para 'externalizar' servicios, en cristiano, privatizar sectores y hospitales de la sanidad pública iban a emerger en plena pandemia. Con esos mimbres había que hacer el cesto y pelear contra la pandemia.

Ahí están en la lucha los nuevos héroes, llevan batas blancas o uniformes; otros son los camioneros que transportan víveres de una punta de Europa a otra. El caso de Italia es todavía más brutal. La ciudadanía ha dado un ejemplo de civismo y de acatar aquello que ha indicado el Gobierno apoyándose en los comités de expertos. Siempre hay locos o versos sueltos que han dicho imbecilidades y a los que el tiempo les ha quitado la razón. Es una lucha contra reloj. Las estadísticas son hombres y mujeres con nombre y familia y amigos que no los pueden ni despedir.

Muchos filósofos habían dicho que el modo de vida, europeo, occidental (incluyendo países de América) en este neocapitalismo brutal, donde el hombre se ha convertido en un consumidor insaciable que depreda más que nadie en nombre del falso progreso, traería malas consecuencias. Ni caso, eran días de vino y rosas. De tal suerte, que el medio ambiente, las hambrunas, todo ha de ser sacrificado por ese becerro de oro de la globalización, donde los flujos económicos ya no dependen de tal o cual país sino de siglas que gobiernan el mundo (FMI, Banco Internacional, OMC, etc.), perdiendo los estados nación soberanía, capacidad de decisión y, por supuesto, el control de estas instituciones internacionales. ¿Ante quién rinden cuentas?

Y en esto llegó el Covid-19, como un ángel exterminador malthussiano, y empezó a matar.La soberbia de Occidente de nuevo. Pensábamos que éramos invencibles, instalados en el capitalismo liberal, y cuando llegó la bestia hubo que recurrir a la estructuración de la sociedad civil, sus mecanismos e instituciones. La gente, la ciudadanía, preocupada por lo común. Por aquello que nos concierne a todos. Ahora se conjugan otros verbos: ayudar, luchar; en definitiva, solidaridad. Estar juntos frente al bicho, salir por las tardes a las 8 a aplaudir en los balcones a los médicos, enfermeras, auxiliares, policías, guardias, bomberos, los que está en primera línea combatiendo al virus y la infección.

Son los que representan lo público, lo común, aquello que ha sido abandonado presupuesto tras presupuesto. Están librando la batalla contra la enfermedad y la muerte.