Hoy me he decidido por fin a escribir lo que siento, porque he visto hasta dónde somos capaces de llegar la especie humana cuando las cosas se tuercen: somos capaces de llegar hasta límites insospechados.

«Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria», decía el célebre y único Groucho Marx. Y es ahora más que nunca, en una situación difícil de comprender por todos, los que partimos de la nada, somos capaces de comportarnos de la manera más miserable y ruin que se puede esperar de nuestra especie. Porque eso es lo que ha ocurrido en nuestra ciudad cuando unos vecinos han invitado a que se fuera de su edificio a una de nuestras heroínas de hoy en día, una trabajadora de un supermercado.

Debe de ser el miedo el que nos atenaza y transforma. No, no debe ser, es. Es el miedo y el egoísmo el que nos lleva a la irracionalidad, a la intolerancia y a la insolidaridad entre hermanos y hermanas, entre vecinos y vecinas, entre los miembros de una misma tribu. El miedo a perder nuestra propia vida nos hace ser miserables, cuando lo único que nos salva es todo lo contrario: la generosidad, la racionalidad, la tolerancia y la solidaridad.

Y no es que no solo por miedo nos dediquemos a buscar culpables entre la clase política de una situación terrible de crisis sanitaria que nadie ha querido ni buscado. No es que solo justifiquemos nuestro miedo lanzando todo tipo de insultos aberrantes hacia los que intentan controlar una pandemia que asola a todo el mundo mundial; no es solo eso, es que además por miedo arremetemos contra nuestros semejantes o nuestras semejantes, como es el caso de esta trabajadora, que se juega la vida todos los días para que a los demás no nos falte de nada. Eso es lo doloroso, cuando por miedo abandonamos todo rasgo de humanidad que debería ser inherente a nuestra condición de humanos.

Todos los días a las 8 de la tarde salgo a mi ventana y aplaudo en agradecimiento a esos héroes de nuestros días, de estos días. Héroes anónimos que se la juegan por nosotros, por nuestro bienestar, por nuestra vida. Héroes sanitarios, héroes conductores de autobús, héroes policías, militares, obreros, repartidores, héroes y heroínas como nuestra trabajadora de supermercado vilipendiada por sus propios vecinos. Y todos los días me pregunto lo mismo: ¿de verdad entendemos el significado de esos aplausos?

Creo que no todos aplaudimos reconociendo a los que de verdad nos están salvando. Desde luego, en el caso de nuestra cajera ha quedado demostrado que sus vecinos no le aplaudían a ella, porque realmente lo que querían era tenerla lejos de sus casas.

Pero ¿y en el caso de los sanitarios? ¿de los médicos y enfermeras y enfermeros? ¿y el personal de limpieza de los centros hospitalarios? Realmente ¿les aplauden a ellos? ¿saben lo que significa aplaudir a un médico, a una enfermera que se la juega todos los días en un hospital público para poder salvarles la vida? Sinceramente no tengo muy claro que todos sepamos que aplaudir a una doctora o a un enfermero del Hospital Santa Lucía sea aplaudir a la sanidad pública.

Estoy convencida de que muchos vecinos y vecinas que aplauden en sus balcones no son conscientes de que sus aplausos van dirigidos a esa sanidad pública, la que ahora está salvando muchas vidas en esta terrible crisis sanitaria por el Covid-19, una sanidad pública que tantas veces se ha defendido en la calle, por otros muchos vecinos y vecinas a los que llamaban locos o radicales. Esa sanidad pública es la que se defiende también desde este Gobierno al que insultan día sí y día también muchos de esos vecinos que aplauden puntualmente todos los días a las 8 de la tarde, que no son conscientes de que gracias a esos hospitales públicos, mucha gente se está salvando de morir por la pandemia, y que seguramente muchos más se habrían salvado si no tuviésemos nuestra sanidad pública desmantelada por los Gobiernos irresponsables de una derecha devastadora de lo público en favor de lo privado.

Pero es verdad que muchos otros vecinos y vecinas sí que reconocen en esos aplausos a nuestra trabajadora del supermercado, y a sus compañeros reponedores, y también a los trabajadores públicos de una sanidad que tanto nos han robado, como nuestro Rosell, que lo dejaron en el esqueleto pero que ahora pretenden rellenar con caridad y donaciones de buenos samaritanos, cuando es del pueblo de Cartagena por ley y justicia.

Es cierto que muchos vecinos y vecinas que aplauden a las 8 de la tarde llenaron las plazas en un 15M, para reclamar justamente lo que ahora nos está salvando, una sanidad pública, pero también una educación pública, y unos Gobiernos y políticos que sirvieran al pueblo, que representaran de verdad a la gente, y no a ellos mismos y a sus intereses y a los de sus amiguetes empresarios y banqueros. Gracias a esos vecinos y vecinas que creyeron en una España mejor, en una España para todos y todas, sin banderas ni pines en las solapas, una España llevada en el corazón, esos vecinos y vecinas han hecho posible que hoy tengamos un Gobierno que haya puesto por delante a los que más lo necesitan.

Y es verdad que no todos y todas llegamos a las más altas cotas de la miseria, es verdad que muchos y muchas reconocemos en los aplausos de las 8 la victoria de una sociedad que ha antepuesto lo público por encima de los intereses privados de una clase de humanos egoístas, insolidarios, e intolerantes.

Doy las gracias todos los días que me levanto en este confinamiento, primero por la salida del sol, y segundo porque todavía creo en la humanidad por encima de sus miserias.