Mi natural inclinación a la melancolía me impide ver la parte positiva de todo esto. Mi teléfono móvil se inunda todas las mañanas de mensajes optimistas, de vídeos de gente amable bailando contra el virus, de arcoíris colgados en las paredes y en las ventanas de casa con el mensaje «todo va a salir bien» y estrellas luciendo con fuerza porque de todo esto saldrá una sociedad más justa. No puedo predecir el futuro, pero tengo la certeza de que el mañana que viviremos contará con mucha menos gente que el ayer, cuando empezamos la pandemia. A día de hoy, las cifras ya superan los 18.000 muertos. Lamento actuar de agua echada al fuego de la alegría, pero me gustaría decir, simplemente, que ya nada va a salir bien después de esto. Nada va a salir bien para innumerables familias, para una generación que nació marcada por el hambre de la posguerra y que ahora muere en la soledad de una habitación de hospital.

El baile es catártico. El hombre y la mujer que danzan expulsan los malos pensamientos de su cuerpo (las malas vibraciones para los orientales, los malos espíritus para los chamánicos). Es uno de los ejercicios mentales y físicos más sanos que existen. La música y la comunión del cuerpo con el ritmo se vuelven necesarias en un tiempo donde se convive en unos pocos metros cuadrados. Nos ayuda a sentirnos vivos. Más difícil de explicar es, tal vez, la necesidad de exhibirse que padece nuestra sociedad.

En la Edad Media también se bailaba. Fue una época en la que los hombres vivían acechados por las epidemias. La muerte rodeaba al ser humano igual que el temor de Dios y el arado. Solo así se entiende que a finales del siglo XIV, durante un brote de peste, surgiese un género literario sin igual: las Danzas de la Muerte. No había mayor signo de igualdad que la sepultura. Escritas en verso, la Muerte, personificada en un esqueleto con guadaña invitaba a bailar a todo aquel que encontrase en el camino: campesinos, soldados, bellas doncellas, feos jorobados, caballeros galantes, papas, emperadores... no se salvaba nadie del baile. Las catedrales, los museos y los libros de Europa entera están decoradas con escenas alusivas a la Muerte, donde esqueletos tocan una sinfonía desconocida pero que todos hemos presenciado alguna vez.

El hombre medieval sabía que no todo tiene solución. Nosotros tal vez seamos más inteligentes (la técnica y la ciencia nos obligan a ello), pero estamos menos preparados para el sufrimiento y el dolor. Tras el «todo va a salir bien» hay una noble intención, pero temo que se esconda una frívola manera de no aceptar la realidad.