"Escribe sobre Hopper, él ha capturado como nadie la soledad y el encierro del mundo moderno", me sugirió ayer Mane desde Colombia para lanzarme después una pregunta que me ha hecho reflexionar: «¿Quién, en estos días de encierro, no ha sido, siquiera por un instante, una obra del maestro del realismo norteamericano como ya lo fue la mujer en camisón rosado que desde su cama observa melancólica el primer sol de la mañana?». Maniatados en un estado que parece no tener escapatoria, confinados en nuestro desánimo, todos hemos sentido el deseo de pertenecer al exterior, de abrazar la libertad mientras esperamos impacientes el fin de estos días que nos mantienen confusos y desorientados.

La soledad elegida es una opción; la forzada, una pesadilla, mucho más ahora, pero coincido con el filósofo JG Zimmerman: «Los rudimentos de un gran personaje solo se pueden formar en soledad. Solo allí se adquiere la solidez del pensamiento, la afición a la actividad, el aborrecimiento de la indolencia, que constituyen las características de un héroe y un sabio». Aprovechemos si nos tocó solos esta cuarentena para mover todo lo que la fantasía y el corazón son capaces y que a menudo no pueden por una vida demasiado llena de gente.

No nos confiemos y bajemos la guardia; hoy han aumentado de nuevo los infectados y muertos por coronavirus en España. El Gobierno ya ha anunciado que el 26 de abril entrarán en vigor algunas medidas de desescalada lo que no significa que vayamos todos a salir a la calle en espantada y corriendo a los bares a comernos unas tapas. Toca esperar; mientras tanto, por favor, sigamos en casa.

Asegura Antonio Muñoz Molina que «el diario es el lugar natural de la crónica del confinamiento y la expectativa. Si se escribe a mano y en un cuaderno, queda todavía más acentuada su condición de espacio físico, de habitación propia, de realidad material que tocan las manos». El mío lo escribo en el ordenador y a veces se hace cuesta arriba porque fácil no es pensar un artículo diario, pero me he prometido hacerlo hasta que todo esto acabe.

Sting canta Desert Rose. Cierro los ojos y ya no estoy aquí. No hay encierro. No hay virus. No hay ciudad. Acaba de amanecer y corro despeinada y a medio vestir entre las dunas doradas de Erg Chebbi. Estoy sola; solo me sigue el rastro de mis pisadas en la arena ya caliente a pesar de ser tan temprano en la mañana. El Sahara presume ante mí de su inmensidad; yo le grito mi libertad. Soy feliz. Abro los ojos, leo el periódico y celebro las 301.400 personas en el mundo ya curadas. Segundos después maldigo la división norte-sur y la intransigencia holandesa que han impedido una vez más definir la respuesta de la Unión Europea a la crisis económica provocada por esta pandemia. ¿De verdad ni con la que está cayendo somos capaces de ponernos de acuerdo? No entiendo entonces para qué carajo se construyó Europa.