Llevo varias semanas exponiéndome ante ustedes, sintiéndome como si estuviera en mitad de mi amado Estadio Wanda Metropolitano en pelotas y las gradas a reventar.

He pasado y estoy pasando por diferentes estados de ánimo a lo largo de este confinamiento y tras sentir angustia, dolor, culpa, respeto, ahora algunos de estos sentimientos siguen, pero se les unen la impotencia, el cabreo y la ira en muchos casos.

Hay que ver la cantidad de epidemiólogos, expertos en pandemias mundiales, analistas en comunicación y fotoperiodismo, estrategas de la política internacional y nacional, capitanes a posteriori y tontos 'motivaos' hay por metro cuadrado. Me quedo perpleja.

Me siento orgullosa de haberme comido las manos hasta los muñones para no entrar al trapo de las burradas que se siguen vertiendo día a día.

A veces pienso que ojalá esta pandemia nos hubiera pillado en los años 80, sin twitter o whatsapp y legiones de bots (perfiles falsos de redes) vertiendo mierda a cascoporro.

La polarización que nos venía acompañando de un tiempo a esta parte ha sacado lo peor de cada extremo, mientras los de siempre se dan también de hostias buscando su espacio, intentando justificarse o culpar al de enfrente y, como siempre, nosotros en medio sufriendo la pandemia y las consecuencias de lo que dicen unos y otros.

Seis horas cada debate de prórroga del estado de alarma, seis, para escuchar nada, para ver que tenemos un nivel político lamentable, para darte cuenta a través del sofá de casa después de un mes sin salir de que nuestros responsables políticos se dedican al navajeo dialéctico.

Creo que no estoy preparada para ver cómo nuestros gobernantes y demás representantes políticos hablan y hablan mirándose al ombligo. Por primera vez en tiempo tuve que quitar latelevisión con pesimismo; sí, llámenme ingenua.

Lo que hace que me estalle la cabeza es ver como nuestro presidente del Gobierno tiende la mano para reunirse con el resto de líderes, en favor de un gran acuerdo socioeconómico ante la que se nos vendrá encima cuando todo esto acabe y, sin embargo, se dediquen a seguir matándose con la oposición. Y ojo, vaya por delante que lo que están haciendo Pablo Casado y su partido durante esta crisis sanitaria me parece bochornoso, por no ser más dura con mi vocabulario. Señor Casado, con banderas a media asta y corbatas negras no se sale de la mayor crisis sanitaria a la que este país se ha enfrentado en su historia reciente. Los detalles y gestos están bien y son necesarios, pero cuando toque; ahora lo que toca es salvar vidas.

Siento decir que parece que a muchos se les ha olvidado que, puestos a señalar y buscar culpables y venganza a lo Iñigo Montoya ( La Princesa Prometida), como la miserable oposición que está haciendo la derecha, las competencias en Sanidad están transferidas a las Comunidades Autónomas y, claro, hablar de eso y del déficit sanitario en Comunidades como Madrid pues como que no, ¿verdad?

Un poquito de autocrítica es lo que deberían tener todos. La sanidad pública en nuestro país ha sido prostituida y maltratada durante años por unos y por otros, pero insisto que ahora lo que todos nuestros políticos deberían tener es pudor, respeto y cerrar filas, les guste o no, ante el presidente del Gobierno, aunque no sea plato de buen gusto. Estamos en momentos muy delicados en que los ciudadanos necesitamos de su responsabilidad y gestión y, qué quieren que les diga, sólo Errejón dice algo sensato en este momento: «La salud está por encima del cálculo económico y político».

Estamos en un momento muy delicado de esta crisis, y me da pavor empezar a leer que la ciudadanía se relaja o que, a partir de mañana, determinados oficios volverán a la rutina, cuando lo que creo que deberíamos hacer es seguir con un estado de alarma duro y sin concesiones, porque cuanto más tiempo lo hagamos, más vidas salvaremos y eso es lo que debe importar ahora.

Me quedo perpleja cuando veo retenciones de tráfico en las noticias en el comienzo de Semana Santa, operaciones salida de madrugada de gente que parece que vive una realidad paralela y no se da cuenta de la gravedad, cuando llevamos un mes de infierno; esa gente vota, y eso también hace que me corra un escalofrío por la nuca.

Estamos en el examen de humanidad más difícil de nuestra vida y muchos lo van a suspender con mención especial. Pero saben, esta gentuza no se merece que siga dándoles un hueco que no les corresponde en esta humilde columna. Mi mención especial una semana más es para aquellas personas que están sufriendo, bien por estar contagiadas o por perder a un familiar y no poder estar al final junto a sus seres queridos, o acompañando a la familia en su dolor, o haciendo un bonito alboloque recordándole en algún bar junto a los que le conocían.

Y para nuestros sanitarios, desbordados queriendo salvar a todos, cogiendo la mano y siendo la familia de cada enfermo en cada cama de la UCI.

Espero que no se nos olvide desde el sofá de casa la dureza de esta crisis, pero no se confundan, no por sacar ataúdes en una foto de portada voy a ser más consciente de la dureza del Covid19. No nos dejemos arrastrar por el amarillismo ni el morbo; saben sumar, y la cifra de cada día, no sé a ustedes, pero a mí me encoje el alma.

No hemos aprendido nada en muchos años de historia mostrando el horror, nada. Recuerdo a Alan, tenía tres años, apareció muerto en una playa en Siria. ¿Cuántos niños han sido asesinados o mutilados desde 2011 en Siria? 9.000. ¿Qué se hizo de esa foto? Dio la vuelta al mundo, fue trending topic y propició muchos golpes de pecho, pero los campos de refugiados y la crisis migratoria más salvaje de este siglo siguen ahí, no lo olvidemos. La falta de escrúpulos de algunos medios de comunicación nacionales y sus orientaciones políticas en tiempos difíciles es directamente proporcional al dinero que ganan a golpe de clic. Enseñar un montón de ataúdes vende, pero es sencillamente repugnante.

Disculpen que me haya saltado mis principios y haya entrado el trapo que he querido esquivar desde que toda esta pesadilla empezó. No me siento cómoda hablando de política en estos días.

Sigan bien, cuídense mucho.