Madrid, 4 de abril

Nunca me han gustado; poco me he mirado en ellos. En mi casa de Madrid hay un espejo que ocupa casi por entero una de las paredes del baño y aunque intento evitarlo cada vez que entro, el muy bandido me rebota a diario mis ojeras negras y las malditas canas que ya van apareciendo y que ni sé qué hacer con ellas. Quién fuera vampiro en este encierro para tener colmillos (y morder a alguien), pero no reflejo.

Los veintitrés días y veintitrés noches encerrada pesan y la falta de sol para una murciana como yo, que además ha vivido muchos años en el Caribe, ya es un drama en toda regla. Pero de esta salimos por la puerta grande con rabo y oreja. Toca buen humor y mucha paciencia para la nueva prórroga de encierro que acaba de decretar el Gobierno; qué razón tienen mi amigo Jorge cuando me dice que los políticos deberían tener la valentía de decretarlo indefinido, sería menos traumático y más honesto.

Coincido con la historiadora y periodista Anne Applebaum: una de las grandes tragedias del momento es que Estados Unidos tiene hoy a un presidente como Donald Trump, quien no contento con negar la gravedad de la pandemia, aconseja para combatirla utilizar bufandas en vez de mascarillas porque «suelen tener un material más grueso».

Esto ha dicho, en serio, y no contento ha recalcado que no piensa cubrirse la cara: «Yo elijo no hacerlo. De alguna manera, sentarme frente mi escritorio en el Despacho Oval llevando una mascara mientras saludo a presidentes, primeros ministros, dictadores, reyes, reinas... No lo veo». No entiendo todavía cómo se atreve a hablar en estos términos cuando las previsiones de la mismísima Casa Blanca aseguran que el coronavirus provocará en Estados Unidos entre 100.000 y 240.000 muertes.

Leo que estar en casa es una forma de activismo político y el pijama y el sofá, armas posmodernas. No me jodan, este confinamiento es una putada: el pijama, la prenda más fea, y el sofá no sé vosotros pero yo ya no quiero ni verlo. Ya lo dijo Pascal: toda la desgracia de los hombres viene de no saber permanecer en reposo en una habitación. Yo creo que sí sabemos, pero no es lo mismo estar un día que pasar una pandemia como esta, que además se estira como un chicle indefinidamente en el tiempo.

Todos, sin excepción, somos vulnerables a la enfermedad y la muerte y este virus asesino que luce divino en las fotos llegó para que lo recordemos. Busquemos la manera de sobrevivir juntos, identificando lo que nos une, obviando las diferencias. La frontera entre ‘nosotros’ y los ‘otros’, entre sanos y enfermos, entre grupos de riesgo, entre los de aquí y los de allá, no se sustenta. A todos nos subieron a la fuerza en el mismo barco; rememos juntos o esta crisis no se supera.

Os quiero. Cuidaos.