Cuando estamos consumiendo el segundo decenio de este siglo XXI, la humanidad ha sido azotada por una gran pandemia. Creíamos que esas enormes epidemias eran cosa de tiempos pretéritos, pero cuánto nos equivocamos. Lo que sí es novedoso es la capacidad de nuestra ciencia y de nuestra sociedad para atajar este tipo de infecciones colectivas, de ahí que se vaya logrado en un tiempo prudencial vencer al COVID 19.

No obstante, el conocido coste de vidas humanas reclama el incremento hasta lo necesario de cuantas investigaciones, a nivel mundial, puedan evitar en el futuro situaciones como la ya padecida, así como el sostenimiento de los vigentes aislamientos. Quizás los mandatarios de todas las naciones tomen nota y retraigan a los gastos destinados a que unas personas maten a otras las partidas imprescindibles para conseguir de una vez por todas que las pandemias sean cosas del pasado.

Pero de cuanto acontece, ciñéndonos ahora a nuestro país, cabe desprender igualmente otras consideraciones, dimanadas de la actitud observada por quienes nos gobiernan, tanto en el ámbito central como en el de las Comunidades autónomas, pues todos los órganos ejecutivos forman parte del Estado, esa forma histórica de poder.

Quiero hacerme eco ahora de una realidad constatable: el aplauso o la crítica negativa de unos y otros a las medidas adoptadas por los Gobiernos, nacional y autonómicos.

Y es que resulta hasta insensato que el ataque de un verdadero monstruo, como lo está siendo este virus, se residencie en el debate político, esto es, en la oportunidad de obtener cada grupo más adhesiones, más votos, a costa de la descomunal desgracia. No se me escapa que, como escribió un prestigioso periodista en este diario, las libertades de expresión y de prensa no pueden conocer de estados de excepción o alarma, es decir, de suspensiones o relajaciones obligadas, pero esto ha de cursar respecto de las de cada ciudadano, no acerca de las formaciones políticas, por eso es censurable que éstas, por muy imprescindibles que sean para el funcionamiento de la democracia, utilicen sus armas para afear, cuando menos, las decisiones de quienes han de tomarlas por mor de sus facultades constitucionales.

Y es que natural y estadísticamente es imposible que se acierte siempre y menos aún ante una realidad difícilmente previsible y más difícil todavía evitable. Debe otorgarse a cada autoridad la presunción de que trata de hacerlo lo mejor posible, y ya habrá tiempo, cuando se haya despejado la situación, y lugar, las muchas cámaras legislativas que nuestra Carta Magna contempla, para debatir lo hecho y lo no hecho, lo positivo y lo negativo, en suma, lo acertado y no desacertado, y de ahí extraer las medidas políticas oportunas. Lo que no parece admisible es que la gestión desplegada por cada una de las sedes del poder sea cuestionada sistemáticamente por los partidos opuestos al que lo sustenta, ello independientemente del jaez de cada uno, pues no se habla aquí de ideologías, sino de comportamientos.

No se puede sacar ‘tajada’ electoral de una catástrofe nacional mientras la misma está atacando a base de cientos de víctimas mortales cada día. No es saludable esa conducta, sobre todos cuando rebasa los índices razonables, como la deriva de ciertas autonomías para incardinar la global cuestión sanitaria en sus ensoñaciones soberanistas. Qué torpeza y qué vileza.

Y la plasmación de todo ello se manifiesta en la inexistencia de censuras dirigidas por los pertenecientes a cada sigla política respecto de los gobernantes de su mismo grupo. Si ha habido algunas, han sido muy tímidas, lo que confirma la regla.

Sería muy conveniente que ante una futura amenaza cuasibélica como la sufrida por España se orillase por los políticos la muy sólita tendencia a opinar que solo actúan bien ‘los míos.

Hora es ya de que nos desvistamos de la inidóea aplicación de la popularmente llamada ‘ley del embudo’, que convierte en muy estrecho el margen de éxito de los otros y sumamente ancho el nuestro. Ya acuñó el viejo refrán castellano que «unos mean en caldero y no suena y otros mean en lana y atruena».

Huyamos de ese otro virus nacional.