Cuarta semana de confinamiento. Sin queja alguna, pues los que estamos en casa no corremos el riesgo de los que luchan contra el virus. Así que, a silenciar los reproches, que ya habrá tiempo para ello. Ni siquiera la realidad de que se nos recomiende llevar máscaras para salir a la calle, y sea difícil y caro comprarlas. Hoy, tras el día del amor fraterno, Jueves Santo, nos enfrentamos a uno de los capítulos más duros de la historia de la Humanidad. Un Hombre de 33 años, se dispone a morir en la Cruz por todos nosotros, tras sufrir la incomprensión de aquellos a los quevenía a dar la vida eterna.

A los doce años, después de caminar varios días con sus padres, desde Nazaret hasta Jerusalén, para cumplir con la ley de Moisés, que obligaba a los varones israelitas a presentarse tres veces por año (en Pascua, Pentecostés y en la Fiesta de los Tabernáculos), se quedó en el Templo. Tras tres días de búsqueda por sus padres (¿habéis visto al que ama mi alma?) fue encontrado entre los Doctores de la Ley, a los que escuchaba y preguntaba. Y cuantos éstos le oían, quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas (Lucas).

Pasaron veintiún años y fue juzgado sin garantías de ningún tipo. El Derecho de Gentes saltó por la ventana, como cuando la política entra en el despacho de un juez. Nadie quería asumir la competencia para juzgarlo. De Anás al sumo sacerdote Caifás. De Poncio Pilato a Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, que por casualidad se encontraba de visita en Jerusalén esos días por la Pascua. De vuelta nuevamente a Pilato, que tras lavarse cobardemente las manos, a pesar que su propia mujer le advirtió (revelado en un sueño) de su inocencia, lo entregó al pueblo que había preferido salvar a Barrabás antes que a Jesús.

Fue azotado sin compasión, como preámbulo de la ley romana a toda ejecución, a la vez que era objeto de mofa por los mismos esbirros, por envidia y por miedo. Flagelado, humillado, y cargado con la Cruz en la que moriría, recorrió las calles de Jerusalén cayendo hasta tres veces al suelo, camino al Gólgota (colina con forma de calavera, de ahí el Calvario). Simón de Cirene (El Cirineo), que venía de trabajar en el campo, fue la única ayuda, obligado por los soldados a sostener la Cruz.

A las tres de la tarde se rasgó el velo del Templo, se cerró el cielo y hubo tres horas de oscuridad, dicen las escrituras. Por eso hoy, a esa misma hora deben rezarse tres Credos, que tras ser guardados mentalmente cado uno de ellos, en las tres llagas de las manos y pies del Salvador, pueden ser rescatados y aplicados a lo largo del año en momentos difíciles de nuestra vida, según reza una vieja tradición cristiana.

A esa hora, tras beber vino con hiel, dado por el centurión, Jesús expiró en la Cruz 'inmissa', exclamando «Eloi, Eloi, lamá sabactani». Un shock hipovolémico a consecuencia de la hemorragia causada por los azotes y los clavos, o por sepsis generalizada causada por las heridas infectadas, o tal vez simplemente, por deshidratación e insolación, que le llevó a un paro cardiaco, fueron la causa de la muerte de alguien cuyo gran delito fue proclamar que su Reino no era de este mundo.

Murió clavado en un madero entre los ladrones Dimas y Gestas, después de haber sido arrestado en el jardín de Getsemaní por un grupo a las órdenes de los sacerdotes, escribas y ancianos, gracias a treinta monedas recibidas por el traidor Judas Iscariote, que lo vendió. Si no fuera porque al tercer día resucitó,. no tendría sentido tanto sufrimiento. El triunfo de la Vida sobre la muerte lo justifica todo.