Muchos intelectuales de izquierda caen en el error de pensar que un sentimiento como el de la Semana Santa se puede combatir con argumentos. Un sentimiento, sin embargo, solo se combate con otro sentimiento. Así que ahora que azuzar el fantasma del comunismo vuelve a estar de moda, Pablo Iglesias y su politburó podrían empezar a responder al fuego de las pasiones políticoreligiosas con el mismo fuego. Que los acusan de romper España e ir contra los principios más sagrados del catolicismo y los mercados. Tranquilidad, que la respuesta es sencilla: Pero de qué nos acusan ustedes, sepulcros blanqueados. ¿Quién estuvo siempre del lado de los menesterosos? ¿Quién se reveló contra la religión establecida? ¿Quién echó a latigazos a los mercaderes del templo? Jesucristo: el primer comunista.

Por alguna razón la izquierda en España, y me temo que en el mundo, decidió hace mucho tiempo saltar al ring de la historia con los dos brazos atados a la espalda. Entregó a la derecha los símbolos de la patria, la bandera y el himno, y no contentos con eso cedió también al adversario un arma aún más poderosa: la religión.

Si uno repasa los evangelios hay tantas razones para creer que Dios era de izquierdas como de derechas. Algo que no debe llevarnos a pensar que era de centro. El propio Jesús nos previno de semejante herejía: «¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero eres tibio, y por no ser ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». (Apocalipsis, 3:15-16). Como todos los textos sagrados, la Biblia es un campo de posibilidades interpretativas. Cada avance de la historia aparta algunos de sus versículos y privilegia otros. Y exactamente eso mismo hacen algunas ideologías políticas. A nadie se le escapa, por ejemplo, que el nacionalcatolicismo español es más del Dios Padre del Antiguo Testamento que del Hijo que, reconozcámoslo, les salió un poco hippie. O bastante. Pero mientras que el Padre es invocado cada día por el conjunto de las fuerzas vivas del neoliberalismo, nadie ha aprovechado nunca todo el potencial emancipatorio de Jesucristo.

El problema es que la respuesta de casi todas las izquierdas ha sido siempre un ateísmo ilustrado que pretendía ir acabando con la religión a golpe de revolución científica y cultural sin atender a esas otras realidades del corazón que la razón no entiende. Mentes modernas y postindustrializadas que tal vez nunca comprenderán del todo que para mucha gente la razón es a la religión lo que la luz eléctrica es al Sol.

De modo que, como en tantas otras cosas, habría que hacer lo contrario de lo que se ha hecho hasta ahora. Frente a la interpretación catolicoapostolicoromana de todas las derechas de España y del mundo, las izquierdas deberían recuperar el espíritu proletario y perroflautico de Jesucristo. Y de paso dejar de mirar a la teología de la liberación por encima del hombro neocolonialista para evitar, entre otras cosas, que la ultraderecha siga sumando efectivos en Sudamérica por la vía del evangelismo.

Deberían hacer todo eso, creo yo, y deberían hacerlo ahora que Dios les sonríe a través de su cabeza visible en la tierra. Ahora que el Papa reza más por los pobres que por los ricos, se ha hecho amigo de Jordi Évole y estaría más que dispuesto que nunca a recibirlos con los brazos abiertos y las lágrimas de alegría que solo un padre misericordioso sabe ofrecer a su hijo pródigo y favorito.

Un fantasma recorre Europa, es el fantasma de Jesucristo. Eso debería haber escrito Marx en el Manifiesto Comunista, y otro gallo le hubiera cantado la Internacional.