Es domingo y nos hemos puesto guapos. No es un domingo cualquiera, sino que es Domingo de Ramos. Y la tradición nos decía que era el día obligado para estrenar un pantalón, una camisa, una chaqueta o un jersey. La imagen que se me viene en este domingo, una vez alcanzadas las tres semanas de recogimiento obligado, es la Plaza del Caudillo de Dolores, pueblo de la Vega Baja alicantina. Estamos a mediados de los años 70 y salimos de misa con los ramos dispuestos para la procesión. Pero lo de menos es el recorrido, lo que interesa es comprobar qué es lo que han estrenado mis amigos. Y ese año lo que mola son los pantalones blancos y la camisa de verde y caqui, de camuflaje militar. ¿Las recuerdan? Y así, año tras año, de estreno en estreno, hasta la victoria final.

Lo que primero que echo en falta este año es la procesión. La de los jardines de Santa Catalina del Monte. La de las sencillas y humildes calles de El Bojar, en lo alto de la Cordillera Sur. O la de la explanada del Convento de San Antonio, en Algezares. Cualquiera de ellas, vividas en los últimos años, son una manifestación de alegría en toda regla, bien vestidos casi de estreno y agitando unas ramas de olivo. Un recuerdo a lo que la tradición nos cuenta que ocurrió en la capital de Palestina hace dos milenios. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que mucha de la misma gente que saludó la entrada de Jerusalén a quien consideraban un libertador, unas jornadas más tarde lo señalaran directo al Gólgota para ser ajusticiado en la cruz. Paradojas de la vida. Porque no me negarán que esto sucede de forma periódica hasta hoy en día. Quienes en un momento determinado te dicen que te quieren y que estarán contigo hasta la muerte, pasado mañana te detestan y renuncian de ti con la misma ligereza con la que te profesaban amor eterno. Ver para creer.

De ahí que este domingo sea un reflejo de lo que puede venir en un futuro a medio plazo. Quienes hoy entienden que la crisis se ha gestionado a medida de lo que íbamos sabiendo que llegaba, pasado mañana te pueden crucificar al pairo de las noticias falsas o de las campañas intoxicadoras. O viceversa. Quienes hoy machacan al más pintado por las decisiones adoptadas, mañana quizá entiendan que las opiniones pueden cambiar, siempre y cuando el juicio se pueda establecer con elementos viables.

Formar parte de la masa es lo que tiene. Por ello la prudencia es una sabia posición frente al ruido. Una prudencia que no tiene nada que ver con la tibieza o la pusilanimidad. Por tanto, ni camuflarse en la masa para pasar desapercibido y no tomar decisiones, ni asumir un protagonismo en las maduras y callarse de manera cómplice e hipócrita en las duras. Es lo que tiene subirse al carro cuando el trayecto es plácido o bajarse cuando llegan los socavones que te hacen saltar del asiento. La enseñanza que siempre extraigo del Domingo de Ramos es esa: que siempre hay que conservar un atisbo de individualidad frente a la algarabía de la multitud. O léase de otra modo. Conservar la independencia y la autenticidad, al precio que sea. Reconociendo los errores, las equivocaciones y estando abierto siempre, repito, siempre, al cambio. Que no al chaqueteo interesado.