Muchas veces me han preguntando por qué escogí Abril como título para mi primera novela; así se llama la protagonista y fue ella la que lo decidió sin consulta previa; yo no tuve más remedio que someterme a su capricho aunque este nombre jamás antes se me había pasado por la cabeza. Charles Dickens decía que ni siquiera inventaba: los personajes se le aparecían y le chivaban los diálogos; podía imitarlos en voz alta y, de hecho, lo hizo al final de su carrera.

En mi novela, que escribí en Colombia, he tratado de dar voz a mi voz, de hacerme escuchar a través de esta mujer que dice no solo lo que quiero decir sino lo que me gustaría pero no puedo. Y lo he hecho casi sin darme cuenta. Solo unos días antes de que el coronavirus pusiera el mundo al revés, esta mujer en busca del amor y del sentido de la vida y yo nos movíamos juntas de ciudad en ciudad, de presentación en presentación, pero llegó el virus, no quise saber nada más de ella y guardé bajo llave las novelas. Allí siguen, ya las sacaré cuando volvamos a respirar el aire de fuera, pero si queréis leerla las encontráis en internet en versión digital.

Leo con un nudo en la garganta la noticia de que la ONU ya ha calificado esta pandemia como la «peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial al ser una enfermedad que es una amenaza para todos en el mundo y que tiene un impacto económico que traerá una recesión sin precedentes». «La humanidad está en juego», ha sentenciado su secretario general. Sigo ojeando el periódico y encuentro la entrevista a Davi de Morana, un atleta profesional de 24 años al que le faltan las cuatro extremidades que perdió tras una fulminante meningitis, y que nos regala este memorable titular: «Esa vida sin arrugas, sin fealdad, sin problemas, no es la vida». Y pienso que no tengo derecho a quejarme de nada y que sí, la vida sin problemas no es vida y que lo que hay que hacer es afrontarla con coraje.

La ciudad vacía (o fantasma) se llama una de las canciones que ha compuesto Kiko Veneno en el pueblo en el que pasa su cuarentena y en la que nos recuerda que desde que vivimos encerrados «los pájaros cantan más y están más felices y la naturaleza ríe al ver que estamos parados, que no la contaminamos». Llevo días preguntándome qué será de nosotros cuando salgamos, qué haremos después de este encierro. Dice Lakers LeBron, jugador de la NBA: «Después de esta mierda no volveré a dar la mano a nadie». Espero que no vaya en serio porque lo que vamos a necesitar es empatía y solidaridad en vena. También amor porque más nos vale que sigamos abrazándonos y besándonos como siempre.

De despedida, os tengo una historia muy romántica para estos tiempos de confinamiento: a Jeremy Cohen le encantó cómo bailaba su vecina Tori en la terraza de su apartamento. Con un dron le mandó su número de teléfono. Después de varias llamadas llegó la invitación a una primera cita: una cena cada uno en su casa por videollamada, con vino y comida de un restaurante que seguía abierto. A los pocos días tuvieron su primera cita cara a cara a la que él se presentó dentro de una burbuja para no contagiarse ni contagiarla y con un precioso ramo de flores de primavera.

Qué bien cantaba Camarón y con qué arte eso de «enamorao de la vida que a veces duele, si tengo frío busco candela».

Duele y estos días son helados aquí en Madrid pero, a pesar de todo, la vida merece mucho la pena. No la desperdiciemos en gilipolleces.

Os quiero. Cuidaos.