Las personas que sufren el llamado síndrome de Cotard creen que están muertas, pese a la evidencia de que se encuentran vivas. Algunas exigen que se las entierre, pues asisten a la descomposición de sus órganos con un realismo atroz. Por supuesto, es inútil razonar con ellas, pues poseen una capacidad asombrosa para la negación.

He dicho que estoy muerto y punto.

A ustedes les parecerá raro hasta que caigan en la cuenta de que vivimos en sociedades metafóricamente extintas (tómense lo de 'metafóricamente' como una cortesía), aunque sin certificado de defunción.

Hay otro síndrome curioso, el de Antón, que consiste en quedarse ciego sin ser consciente de ello. Sus víctimas no aceptan de ningún modo esta incapacidad, aunque tropiezan con los muebles cuando intentan moverse por la casa.

Suena extraño también, ¿verdad? De acuerdo, pero no tanto si reflexionamos sobre nuestra propia ceguera colectiva. De hecho, no vemos nada de nada, ni siquiera el cambio climático que está a la vuelta de la esquina.

Descuiden, hoy no vamos a hablar del Covid -19.

La negación es uno de los mecanismos de defensa más sorprendentes del ser humano. Zapatero, por ejemplo, negó la crisis del 2008 con un aplomo tal que le hacía a uno dudar acerca de su juicio. Quizá estaba convencido de decir la verdad, pese a que bastaba con asomarse a la ventana para observar el progreso de la tormenta. Tal vez se asomó y vio lo que deseaba ver. En definitiva, que estaba muerto y ciego y ahí sigue el hombre, ciego y muerto, aunque gozando de una jubilación de lujo.

Cuando digo que no voy a mencionar el Covid-19, ya lo he mencionado. Significa que he incurrido en uno de esos mecanismos de negación que intento describir. Lo acepto, pero me pregunto cuántos, con más talento e información que yo, lo negaron antes. Pienso en aquello que se nos dijo al principio: una gripe que solo mata a gente que debería estar ya muerta. No nos lo transmitieron así, pero tal era el mensaje. Pienso en el presidente de los EE UU, del Brasil, de México€ Significa que el síndrome de Antón no es tan raro. Y el de Cotard, tampoco.