El sábado comienza bien. Ya son 21 días de permanencia en casa y, tras un arrebato de limpieza de baño y habitaciones, el escritor Julio Llamazares me alegra el día con La otra pandemia, publicado en El País. En resumen, todos lo habríamos hecho mucho mejor que el Gobierno, puesto que todos somos expertos en epidemiología y en gestión de crisis.

Pero el día tiene de todo, porque la muerte de Luis Eduardo Aute nos trae por la noche un bello y emotivo reportaje que emite La 1 de TVE, en el que queda clara la personalidad de un artista en toda la extensión de ese concepto: tímido, poeta, escritor, actor, realizador, pintor, músico y cantautor.

Volvamos a Llamazares. Acaba su columna destacando que tenemos el derecho a opinar sobre la gestión de la pandemia, pero de ahí a creernos especialistas de la materia, va una distancia. «La que va de la opinión al cuñadismo, esa enfermedad social que amenaza con ser tan dañina como la del coronavirus, pues la única medicina que la combate, que es la prudencia, escasea tanto o más que los respiradores en los hospitales», concluye. Y en el paseo de la tarde no hago más que darle vuelta a eso del cuñadismo y, por tanto, a un repaso de mis cuñados. La Fundación de Español Urgente, la Fundeu, hace más de tres años que nos ofreció un nuevo significado para el cuñadismo, porque hasta entonces hacía referencia al nepotismo o favoritismo hacia los cuñados. Ahora se refiere a la tendencia a opinar sobre cualquier asunto, queriendo aparentar ser más listo que los demás.

Pero los cuñados son otra cosa. Yo tengo dos guiris. Bueno, uno guiri del todo, holandés para más señas, uno de los primeros miembros de la Asociación de Afectados del Programa Erasmus, porque se ennovió con la que iba a ser mi cuñada, beneficiaria de esta gran iniciativa que ha estrechado lazos (y más cosas) con Europa. Este es el cuñado fotógrafo, informático, diseñador, intérprete y traductor, exalcalde pedáneo, encantador de perros, asesor, confidente€ En fin, polifacético y con inteligencia emocional, como buen centroeuropeo de la tierra de Erasmo de Rotterdam. El otro guiri es colombiano de Sevilla, que se buscó la vida en Israel y ahora se deja la piel y regenta con su mujer, mi otra cuñada, un antiguo negocio familiar de hostelería.

Tengo dos cuñados más. Uno que se forjó trabajador de la banca desde su puesto de botones hasta cuasi directivo. Tuvo la mala fortuna (o no) de que le pillara la crisis de hace una década y fuera objeto de despido pactado, sin llegar por unos meses a disfrutar de la prejubilación. Y digo que quizá no porque, tras un paréntesis, ha conseguido reinventarse gracias a sus cualidades artísticas y, por tanto, creativas, que siempre ha tenido. Se le ve feliz y ahora lo tienen vendiendo sus acuarelas en las muestras de artesanía que hay por la Región y en provincias limítrofes.

El otro cuñado, del que fui su padrino de boda, dejó oficialmente de serlo hace unos años, pero de hecho sigue siéndolo. Nunca le agradeceré que fuera nuestro intermediario en la venta de una casa en pleno boom urbanístico.

En estos días hablo a menudo con ellos, y les aseguro que son solo cuñados, y que de cuñadismo, gracias a Dios, nada de nada.