El presidente de la Comunidad se ha pedido un pleno extraordinario de la Asamblea Regional para dar cuenta de su también 'extraordinaria' gestión en la crisis del coronavirus. Pero en el entreacto no ha tenido el detalle de relacionarse, de manera presencial o de cualquier otro modo, con los responsables de la oposición que, como el líder del PSOE, Diego Conesa, le han solicitado audiencia para establecer cauces de colaboración. Es curioso que esta actitud de Fernando López Miras responda al mismo patrón que Pablo Casado reprocha a Pedro Sánchez en el ámbito estatal. Sánchez no atiende a Casado, según éste, y López Miras no se comunica con Conesa, si escuchamos la queja del socialista.

Deducimos, por tanto, que no se trata de una política de partido, sino de poder. El que está en el machito elude informar a quien ha quedado a las puertas, y mucho menos se muestra dispuesto a considerar sugerencias.

Aquí, cada cual va a su show. López Miras ha pedido que le pongan la alfombra roja de la Asamblea Regional para mostrar una vez más su particular lealtad al Gobierno nacional, seguida del correspondiente 'pero'. Un 'pero' que habitualmente desdice el prólogo del propósito de lealtad.

La política de comunicación de López Miras no se caracteriza precisamente por la construcción de mensajes positivos. En sus discursos, incluso en aquellos que pretende revestir de institucionalidad, no hay siquiera que acudir a la letra pequeña para toparse con la inquina hacia el 'enemigo exterior'. De ahí no salen ni él ni los asesores que lo incitan por ese camino, hasta el punto de resultar más cansino que convincente.

Pero sus alabanciosos de gabinete han construido estos días un discurso que pretende presentarlo como el Mazinguer que ha vencido al Coronavirus: el conducator que confinó la franja litoral ante la invasión de la diáspora madrileña o que se adelantó a promover el cerrojazo de las actividades productivas 'no esenciales' antes de que el Gobierno central lo dictara. El hecho de que la incidencia mortal de la pandemia sea relativamente menor en la Región de Murcia respecto al conjunto de las Comunidades ha animado al presidente a sacar pecho, aunque ha esperado con impaciente prudencia a constatar que la baja curva regional no se dibuja a causa de ser la última Comunidad en recibir el impacto (estaríamos experimentando un crecimiento tardío mientras las demás decaen, según temía el propio consejero de Sanidad, Manuel Villegas), sino que, en efecto, podríamos acompasar al resto del país en un proceso descendente sin haber culminado una cresta tan elevada como en otros territorios autonómicos.

Esta es la razón por la que en los últimos días, el presidente ha presumido de enviar respiradores a Castilla-La Mancha o de ofrecer camas de UCI a otras Comunidades, como si la Región estuviera sobrada respecto a las demás precisamente de los elementos de equipamiento de atención y protección sanitaria que más escasean.

Todo esto, casi inmediatamente después de lamentar, como protesta ante el Gobierno central, que la Comunidad no dispusiera de lo elemental para afrontar esta crisis. Curiosa actitud: cuando faltan equipos de infraestructura y manejo, la culpa es de Pedro Sánchez, y cuando sobran, ahí está la generosa disponibilidad del presidente murciano. Es difícil conjugar que la imprevisión para afrontar los estragos del virus recaiga en el Gobierno central cuando el Precursor López Miras, aun habiendo llegando la epidemia a Murcia después que a otras Comunidades, no hubiera previsto la disposición de los materiales de diagnóstico y protección para los profesionales murcianos. Y esto a pesar de que las competencias en la gestión del sistema sanitario público pertenecen por completo a su Gobierno, ya que la Sanidad es un servicio transferido en su totalidad. Si presume de haber visto venir la crisis, ¿cómo es que no se proveyó de respiradores, mascarillas, guantes, trajes protectores y otras piezas básicas para el personal sanitario? ¿O es que esto es función exclusiva del Gobierno central? Si éste actuó tarde y mal, el reproche se le puede hacer desde otras instancias, pero no los presidentes autonómicos del PP o los dirigentes de este partido que en ningún momento alertaron sobre la situación, ni exigieron o dispusieron de un equipamiento preventivo con mayor antelación.

La prueba de que no hay que ser nacionalista catalán para instrumentalizar una crisis sanitaria sin precedentes en favor del interés político partidista está en la hemeroteca más reciente. No hay día sin que López Miras, de manera implícita o explícita, despeje sus responsabilidades hacia arriba o tome iniciativas, coordinadas con la estrategia de sus jefes en la sede nacional de Génova, para introducir elementos de discordia.

La última, la declaración de luto en la Región por las víctimas mortales del coronavirus, un gesto que nadie podría criticar si no fuera porque se trata de una disposición unilateral y a destiempo cuyo único propósito es tratar de apropiarse de una sensibilidad compartida por todos para arrojarla contra los adversarios políticos. Es más, a nadie se le escapa que en el sector más energuménico de los populares se intenta identificar a las víctimas con la gestión de Sánchez, de modo que el arriamiento de las banderas por luto sería (digo que para esos reductos) un símbolo político más que de unidad cívica ante la tragedia humana que estamos sufriendo.

Se supone que mientras dura una guerra las banderas han de ser sostenidas en alto como expresión de coraje y orgullo, y el homenaje y duelo colectivo por las víctimas se ha de expresar después, en su debido momento. El Gobierno regional, que tantas cosas tiene que hacer en el trayecto de esta crisis, ha reparado en proclamar el luto mientras se lucha por la vida, en esa actitud infantil por adelantar acontecimientos y de ponerse en aparente vanguardia. Una manera adolescente de tratar de situarse frente a Sánchez: «Yo lo dije primero».

La iniciativa ha provocado un chocante suceso en la Asamblea Regional, la institución en la que están representados todos los murcianos. Por el decreto de López Miras que imponía el luto en la Región, la Asamblea puso a media asta todas las banderas, no solo la autonómica sino también la nacional, hasta que el delegado del Gobierno, José Vélez, llamó al presidente de la Asamblea, Alberto Castillo, para indicarle que la bandera de España debería permanecer a su altura, ya que el Gobierno central no había proclamado el luto. La cuenta oficial de Twitter del Parlamento autonómico se apresuró a informar en prosa poco pulida de que «como el Gobierno de España no ha decretado luto oficial, la bandera de España se mantiene en su posición habitual». El subrayado que se pretendía. ¿Importan los muertos? Importa más el postureo en relación a los muertos, y esto es solo el principio. Conociendo el percal, no hay duda de que vamos a observar acontecimientos todavía más sonrojantes.

Me aseguran que en todas las ocasiones en que se ha decretado luto regional (por los fallecimientos de Paco Rabal, de Castillo-Puche o de Hernández Ros, por el accidente ferroviario de Chinchilla, por las víctimas de las lluvias en Lorca o por las del autobús accidentado en la Venta del Olivo, entre otros casos), las dos banderas ondearon a media hasta, pero puede entenderse que tal decisión no incluía una intencionalidad política, como es bien apreciable en este caso. Es verdad que este juego de banderitas, en las actuales circunstancias, es algo que está fuera de la atención que se nos requiere a todos, pero el hecho mismo de que se recurra a él con evidente intención de descrédito del adversario político califica perfectamente a quienes lo han activado. No están en lo que tienen que estar, sino en la batallita del futuro voto apelando a la sentimentalidad de la gente mientras los actores que han de impulsar las actuaciones para salir de esta crisis permanecen en el tajo, tomando decisiones, muchas de ellas impopulares, con mayor o menor tino, a rastras de las improvisaciones lógicas que derivan de un acontecimiento desbordante.

Lo que cabría esperar del Gobierno regional, antes de jugar con banderitas y de apresurar un autocomplaciente show parlamentario, es que estuviera trabajando en remendar su proyecto de Presupuestos, adaptándolo a la situación económica infernal que derivará de la crisis sanitaria, y adelantándose, esta vez con mejor criterio, al Gobierno central en el ajuste de sus propios gastos generales y de los sueldos de la corte política, como están haciendo todas las empresas, grandes y pequeñas, y el conjunto de los trabajadores de esta Región. En San Esteban deberían tomar nota de las alcaldesas de Fortuna (Cs) y de Archena (PP) que han empezado dando muestras de su propio sacrificio (un gesto personal, al menos) al bajarse su sueldo a la vista de lo que viene para el resto de sus administrados.

Y tome nota también López Miras de lo que ciertos medios de comunicación han decidido sobre las ruedas de prensa de Sánchez, quien practica un modelo idéntico al suyo, sin llegar al plasma de Rajoy, que en su día, curiosamente, no provocó ningún boicot periodístico. Tal vez los medios murcianos no debiéramos discriminar positivamente en este aspecto al presidente autonómico si seguimos el ejemplo inaugurado con el nacional. Ahí lo dejo.