Qué sorpresa nos hemos llevado los blanquitos, ricos (el que lo sea) y modernos habitantes del mundo civilizado! Menuda lección de humildad nos estamos llevando todos nosotros, que lo peor que nos imaginábamos, en plan epidemia, era el ébola, hasta ahora un pasaporte seguro para el más allá, y ahora, al lado del Covid-19, poco menos que una mala gripe.

Una vez, cuando éramos pequeños, alguno de nosotros (no fui yo), le preguntó a mi padre para qué servían las monjas de clausura. Todos permanecimos callados esperando la respuesta. Contestó; «Sirven de pararrayos», y volvió, poniéndose las gafas, a leer su periódico. ¿No te parece que eso es lo que ha caído?

Por eso es importante que cambiemos el foco. Yo, a veces, con todo esto, me siento como una superviviente del Titanic. Le digo a mi hija Elena, que ve de lejos, que recordará este confinamiento durante mucho tiempo. Hemos pasado de soñar despiertos, pensando en planes de futuro al alcance de nuestra mano, a encerrarnos en casa sin saber hasta cuándo.

Si algo tiene todo esto de bueno (que tiene poco, lo sé) es que en estas circunstancias se puede apreciar la realidad de cada cosa. No hay tiempo para adornos y todo queda al descubierto. No desaprovechemos la oportunidad de guardar en nuestras retinas el verdadero rostro de cada cual, la verdadera naturaleza de las personas, que ahora ha quedado retratada. A mí me gustaría, si pudiera pedir un deseo, que no se nos olvide a los españoles la pasta de la que estamos hechos. La de verdad. Sé que suena a rollo patriota, pero no voy por ahí. Si te fijas, ¿te das cuenta de que ya no hay dos Españas, que a las feministas ni se les ve, que todos los problemas que antes copaban las noticias, y que eran gravísimos, ya no existen? Está claro que la sangre judía, mora y cristiana que corre por nuestras venas, no entiende de fachas ni de rojos, ni de gays o lesbianas, ni de casados o arrejuntados, y que los que salen al balcón, cada día a las ocho, no lo hacen por el heteropatriarcado. Lo siento por los que inventaron las dos Españas, porque ahora, las dos Españas, juntas, están arrimando el hombro.

Ahora, lo que nos queda por delante, no nos engañemos, es un milagro a la altura del que ocurrió en el Monte Empel. Aquel en el que, tras aparecer semi entrerrado, cuando cavaban unas trincheras, un retablo de la Inmaculada, y encomendándose a Ella los soldados, sopló un viento helado que congeló las aguas que les rodeaban, permitiendo a los españoles marchar a pie sobre ellas y atacar a los holandeses al alba, venciendo finalmente, cuando la noche anterior se creían muertos. Ahora más que nunca necesitamos que parezca que Dios es español. No podemos confiarnos a nadie más que a la Divina Providencia y a nuestras solas fuerzas. Las mismas manos que han hecho mascarillas y batas son las que tienen que traer la recuperación económica. Y no va a ser fácil.

Si tienes dudas, fíjate en los hechos: a los autónomos les han arrancado de sus cuentas el importe de la cuota, sin piedad y a sabiendas de que no han cobrado nada. Tampoco se suspenden los pagos de impuestos, porque, según la ministra, los gastos siguen, y hay que pagarlos. No se fijará la buena señora en que en términos microeconómicos eso justo es lo que nos pasa a nosotros. Hemos visto con resignación cómo una llamada del Rey, o de Amancio Ortega, eran más operativas a la hora de conseguir batas y mascarillas que cincuenta llamadas del ministro, a este paso, más inútil de la democracia.

Y luego vienen los tests. Obviamente, mientras no sepamos quién está contagiado y quién no, no podemos salir. Y tenemos que ver, con la misma resignación de antes, cómo nosotros, los sufridos ciudadanos, continuamos encerrados sin saber si somos inmunes, o positivos asintomáticos, con el único test de nuestro sentido común, sin poder trabajar o haciéndolo en unas condiciones lamentables, y sobre la cuerda floja de la pandemia económica. Y mientras, al mismo tiempo, algunos políticos se hacen un test tras otro. Como si los vendieran en el chino (y perdón por la gracia) soltando como única respuesta a nuestras preguntas: «En unos pocos días». Y aún así, intocables. Que se preparen cuando salgamos.